febrero 16, 2014

Sucedáneo

Como si de caracoles se tratase, el tímido regreso del sol a ese cielo aún entreverado de azul y nubes consigue que el domingo vuelva a repoblarse con personas que, de nuevo, conquistan la calle, los parques, los cafés...
Después, claro, vendrá la melancolía de la tarde. Esa luz que persiste un poco más cada día y, aun así, todavía no es rival para las sombras. El inexorable planeo del lunes sobre el ánimo. El llamativo contraste entre el silencio de las últimas horas del fin de semana y el bullicio que marcó sus primeros instantes. La sensación de extravío que provocan las expectativas incumplidas... Todo eso llegará, siempre lo hace; pero ahora, cuando apenas es mediodía y las manos se han liberado al fin del yugo de los paraguas, aún es posible olvidarlo.
Ansioso de luz como estoy, dejo de lado mis reticencias habituales hacia esas terrazas invernales donde, rodeado de plástico y al cuidado del reconfortante calor que emana de la estufa vertical más próxima, tengo la sensación de estar siendo cultivado en un invernadero. A medida que mi taza se vacía, la visión de esa pareja silenciosa, miradas perdidas que en vez de buscarse regresan cada poco al periódico, frontera o salvavidas entre ambos, despierta en mí el recuerdo de aquellos pantalones que marcaron los primeros años de mi adolescencia.
En esa época, cuando las hormonas exigen absoluta pleitesía hacia todo cuanto tenga que ver con la imagen, yo viví sometido a los vaqueros de tergal. En realidad, el calificativo "vaqueros" lo añadía mi madre para acallar mis protestas ante una prenda que, sin la menor duda, nada tenía que ver con los pantalones que usaban los demás. Era como llevar un saco, la tela caía en lugar de ceñirse a mis piernas, a mi cintura; su color era como un faro que gritaba "Imitación desafortunada" a muchos metros de distancia. Y, lo peor de todo, esa raya que mamá les delineaba en cada pernera al pasar la plancha... Duele recordarlo.
Tergal, edulcorante, descafeinado, margarina, costumbre... Sucedáneos.
Una alternativa a menudo impuesta por las circunstancias, casi siempre mejor que la renuncia. En ocasiones, también un engaño.
Intruso en la distancia que comparten, más allá de las reservas de cariño acumulado, del tiempo transcurrido desde sus primeros besos, de ocasionales preocupaciones, del espacio propio que todos necesitamos, de cómo la pasión puede llegar a nutrirse de infinidad de matices con los años..., creo ver un gran vacío. Un hombre y una mujer, jóvenes aún, quizá incluso disfrutando de la libertad que pueda proporcionarles el orgulloso paseo dominical de los abuelos con su nieto, ¿tendrán hijos, cuántos?, sin aparentes apuros económicos en función de su vestuario y complementos, tampoco la enfermedad parece rondar su mesa y, sin embargo, me pregunto qué diría cada uno si les preguntase "¿Es amor o solo inercia?", tratando de averiguar qué sienten por la persona que ahora mismo está a su lado.
¿Por qué no hablan, por qué sus ojos no dicen "Te echo de menos cuando no estás", por qué sus manos permanecen huérfanas de caricias, por qué no piensan en la próxima vez que, junto a ellos, solo esté su intimidad...? Y algo más: ¿cuánto tiempo hace que, para comunicarse, solo utilizan palabras?
Cada noche, en esa cama que compart...
- ¡Alucinación, sí, es alucinación! ¡Te he ganado, te he ganado! ¿Dónde está el bolígrafo?... ¡No, no lo escondas, eso es trampa...!
Es ella quien de repente ha estallado y, ondeando el periódico a modo de bandera victoriosa, me ha dejado ver un crucigrama prácticamente resuelto salvo algunas casillas que, a juzgar por su efusiva reacción, los dos perseguían completar. Acto seguido, él ha intentando ocultar algún objeto en el bolsillo interior de su abrigo, seguramente el bolígrafo que ella reclamaba hace un momento y que ahora, en medio de esa risa contagiosa que comparten, trata de alcanzar con la ayuda de las cosquillas, "¡Eh, eso no vale, no, no...!", que sus dedos reparten...
Me marcho, avergonzado y feliz a partes iguales.
El beso apasionado que, ahora sí, completa el crucigrama, viene a recordarme que cualquier opinión externa es el peor sucedáneo sobre la realidad de los sentimientos.

febrero 02, 2014

Plazos

Varios regalos aún ocultos bajo el papel, diferentes formas y tamaños. Son para ti. ¿Por cuál de ellos empiezas?...
Yo, de niño, cada vez que un cumpleaños o la visita del Rey Baltasar me ponía ante una tesitura semejante, siempre dejaba para el último lugar aquél que, por su esquiva apariencia, pensaba iba a suponer una sorpresa más impactante. Claro que a veces esa apuesta no era buena, ¡un mecano para mí, que siempre jugaba en el Lejano Oeste!, entonces mi cara era la de un jugador en bancarrota. Pero cuando lograba hacer saltar la banca...
Con ella, muchos años más tarde, he vivido algo similar.
Un regalo de la vida, la alegría de acunar un sueño hecho realidad, la infinita ilusión que trae consigo, el futuro que ahora tiene más sentido, la suerte de aprender cada día, enviar besos y pensamientos para tres, ese número que ahora ya significa "familia".
Hoy, lamento haber dejado pasar tanto tiempo hasta que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, sin abrazar a quienes han hecho posible este milagro, Amigos a quienes nunca agradeceré lo suficiente haber respetado mis plazos y circunstancias, que han logrado preservar sus sentimientos del asedio al cual les sometió mi ausencia.
Pese a todo, nunca me fui... Ni de ellos, ni de Eva.
Ya que el ánimo, las fuerzas, no me permitieron durante muchos meses afrontar la visión de algo que yo había dejado atrás en mi propio sendero, una familia feliz, decidí esperar... Confié en la autenticidad de cuanto nos había venido uniendo, en la calidad humana de dos personas que nada tenían que demostrar, en superar la tristeza... Y gané la apuesta, de nuevo todas las fichas fueron a parar a mi lado de la mesa.
¿Qué hice mientras tanto, cómo conseguí no apartarme jamás de ellos? Decidí ir abriendo otros regalos, como siempre había hecho. "El teléfono es muy frío..." como dice Miguel Ríos a esa desconocida que no quiere dejar de serlo, pero fue cuanto me permití tener; y con cuentagotas, mi nostalgia obstruía la línea. Y sí, claro, también me agarré a mis propios recuerdos.
Fue así como imaginé a esa niña recién nacida en los brazos aún inseguros de sus padres. A través de mis propias sensaciones cuando tuve la fortuna de vivir un momento similar, sentí la fragilidad de su cuerpo, el afán por adaptarse a un entorno tan distinto a ese que le había dado cobijo en los nueve meses precedentes, cómo las innumerables muestras de amor que ahora ya no solo eran voz, también miradas y tacto, empezaban a modelar su carácter.
Y también pensé en su madre, esa mujer con quien yo había compartido tantos días de mi vida, no siempre fáciles porque el entorno laboral a menudo es complicado, pero siempre buenos porque ella estaba allí, justo enfrente; y en su padre, por supuesto, un hombre bueno, pura sensibilidad, una fuente inagotable de cariño. Sin duda, su hija recién nacida les hacía todavía más grandes, mejores personas, más... "Sin duda lo merecen", me dije y convertí ese pensamiento en perenne.
Llegaron las tomas que nos transforman en los peores morosos del sueño Los ratos de miradas absortas a esa niña que, aun cuando pase dormida la mayor parte del día, es inspiración continua, te dice quién eres, lo segura que le haces sentir asomado a su dulce descanso, escucha cada sentimiento que tus ojos le transmiten sin palabras. Los primeros desvelos en forma de fiebre, cólicos, la insinuación de sus primeros dientes..., para hacer que enfermes de impotencia y preocupación mientras, en realidad, la mayor parte de las veces todo forma parte de un proceso en el cual su fortaleza no deja de sorprenderte.
Fue así como empecé a quererte, Eva, desde el primer día. Distante, callado, extraño sin querer serlo, ¿puedes entenderlo?... A mí, a veces, también me cuesta.
Tu primer cumpleaños fue... Sentir que aún tenía medio cuerpo hundido en una ciénaga y tú, desde la orilla, me ofrecías una rama donde agarrarme; y yo no pude, no quise que existiera ninguna posibilidad de llegar a manchar tu mano. Y me hice la promesa de estar fuera, limpio, antes que llegase el segundo.
Cuando hace algunos meses al fin nos conocimos, me reprendí en silencio, "Lo tienes merecido", al observar cómo te escondías detrás de mamá frente a mi repentina aparición en la puerta. Me perdonaste enseguida, ¿recuerdas?. Me gusta pensar que, con esa capacidad mágica que solo los niños tienen, supiste que siempre había estado muy cerca.
Me asomé a la fiesta de tus ojos, pude ver tu cabello de sol, sentí el cielo sobre tu piel, tu voz de hada me hipnotizó... Y jugamos, al fin pudimos jugar porque, además de convertirme en niño, también me aceptaste como amigo.
"Atravesé un laberinto, lo tuve que atravesar, por eso he tardado tanto... Pero, en cada paso que di, equivocado o no, te llevé en mi corazón"
- Paa...
La respuesta de Eva a mis pensamientos, ofreciéndome una pera de plástico en la intimidad de su habitación, es el indulto más bello y yo... Vuelvo a sonreír.

enero 27, 2014

Robado

Una mañana más, el vapor pierde la batalla. Con el grifo de la ducha mudo, los refuerzos proporcionados por el agua caliente se acaban y, a través de la brecha estratégica que supone el espacio abierto en la ventana, el aire frío se alza victorioso sobre la superficie del espejo.
A medida que la huella de la bruma se aleja, mi rostro me mira y, aun cuando me siento afortunado de poder responder a la pregunta que formula, "¿Quién eres?", el recuerdo de su cara me devuelve de nuevo a ese pasillo donde ella, al cabo de un par de horas, empezará un nuevo día de espera, otro más... 
... Como aquél en que nuestras vidas se cruzaron y no olvidaré jamas.
El paso por el ala psiquiátrica de un hospital deja un rastro indeleble en la memoria. Si, como ha sido mi caso hasta ahora, uno acude en calidad de visitante, los detalles son claros y no te hacen prisionero; si, por el contrario, has sido uno de sus pacientes... la bruma se cierne sobre los recuerdos.
La persona por quien me encontraba allí era, afortunadamente para ella y para mis sentimientos, uno de los casos leves. El diagnóstico hablaba de un cuadro depresivo agudo con ataques de ansiedad que derivaban en llamadas de atención a su entorno más próximo. El tiempo de visita había sido extraño, espeso, como si los minutos, en vez de avanzar, se hundiesen en la calma artificial reinante en ese espacio común donde nos reuníamos los internos y sus allegados. Voces apenas susurradas para no agrietar la débil estabilidad emocional de los pacientes, preguntas que no obtienen respuesta, miradas vacías y otras suplicantes, ánimos enfermos de tristeza, nerviosismo permanente ante cualquier posible reacción inesperada... Y una despedida difícil, un dolor indescriptible al contemplar esa mano que se agita al otro extremo del corredor, una impotencia dañina que te hace sentir culpable por dejarla allí, donde jamás pensaste que llegaría a estar.
Todavía tenía que hablar con el médico, recibir las últimas novedades acerca de su evolución y, tal vez, una esperanza sobre el plazo necesario para que pudiese abandonar aquel falso oasis de calma. "No tardará, puede esperar aquí...", me dijo una de las enfermeras señalando el banco situado justo enfrente de una puerta llamada "Consulta 1".
- Aquí, ¡muy bien! Voy a avisar que hemos vuelto y enseguida te acompaño a tu habitación-en el extremo opuesto, otra enfermera acunaba con sus palabras a una joven para que tomase asiento.
De pronto, no hubo nadie más allí, solo ella y yo. Y el silencio.
Sin duda, se trataba de otra paciente, el camisón deforme no dejaba margen a la duda. Permanecía inmóvil, con la mirada hurgando en la pared en busca de respuestas o, tal vez, de las preguntas que pudiesen justificar cuanto sabía o creía saber. Su apariencia, aparentemente serena, fue el argumento empleado por mi curiosidad para empujarme a observarla con insistente disimulo, silenciando los consejos de la prudencia.
Joven, quizá todavía no hubiese alcanzado los treinta y, sin embargo, ajada por el sufrimiento que la había llevado hasta allí y que, en ese instante, la convertía en mi compañera de banco. Su pelo castaño, triste, se acurrucaba en una larga coleta. Su piel, pálida y opaca como el cabo de una vela, parecía resignada a ese confinamiento terapéutico. No solo estaba delgada, era la viva imagen de la fragilidad, como una pequeña rama que la más leve brisa pudiese fracturar. ¿Sus ojos?, creo que viajaban sin parar.
- Yo no sé quién soy. ¿Y tú?... -sus palabras me sacuden de improviso, sin una mirada por su parte que les sirva de apoyo.
- Lo... Lo siento, no te conozco -respondo con el nerviosismo de quien se siente culpable a flor de piel.
- ¡Ja! -su risa es amarga, carente de alegría-, eso ya lo sé... Lo malo es que yo tampoco.
Alba, "Es el nombre que ellos me pusieron, pero ahora ya...", se enteró hace algunos meses que, en realidad, esa ausencia de parecido físico con cualquiera de sus padres no era únicamente una rareza o una casualidad como le habían hecho creer durante muchos años, sino que, en realidad, era perfectamente lógica, teniendo en cuenta que ninguno de los dos la había engendrado. Cómo lo supo no importa ya, "Pura casualidad, jamás pensaron que yo... Los pañuelos de mam..., de ella, siempre habían estado en esa caja. Los papeles que ocultaban, probablemente también", solo las consecuencias.
Una vida que no es real, sentimientos que se desmoronan porque sus cimientos son falsos, impostores o, peor aún, cómplices necesarios de un terrible de delito en vez de papá y mamá, la imposibilidad de averiguar la identidad de aquellas personas a quienes fue arrebatada con engaños, haciéndoles creer que nunca llegó a respirar... Y pastillas, esas cincuenta y dos pastillas que derramó en su estómago para, ya que nadie parecía capaz de devolverle la memoria, al menos olvidar para siempre a esa desconocida que ya nunca querría ser.
- Creen que todo pasará, que llegaré a perdonar y aceptaré sus razones, pero no... Al igual que ellos me hicieron a mí, yo también les dejaré huérfanos...
- No... No lo hagas, tienes toda la vida por del...
- ¿Para qué? ¿Para seguir haciéndome cada día las mismas preguntas imposibles de responder? ¿Para odiarles a cada segundo o para odiarme a mí si descubro que, pese a todo, todavía les quiero? ¿Para sentirme una extraña cada vez que me mire a un espejo?... No. Acabaré, yo acabaré con esta farsa y nadie lo podrá impedir, ¡nadie!
Todavía puedo verla. Aún recuerdo cómo, después de pronunciar aquellas palabras, regresó a ese lejano lugar donde había estado hasta entonces y, pese a mis reiterados intentos por hacer que cambiase de opinión, no obtuve más respuesta que su ausencia.
Mis ojos se apartan en dirección a ese nuevo día que ya ha dado comienzo más allá de la ventana. Cada amanecer lleva su nombre y hoy, como tantos otros días, también roba mis pensamientos...


enero 22, 2014

Extraño

¿Es él quien me persigue, o bien, lo hacen nuestras costumbres?
Desde hace varias semanas, a diferentes horas y en distintos lugares, las calles más próximas a La 13 acogen mis pasos bajo la rémora de un lastre que les detiene aquí o allá sin previo aviso. No sé cuándo pudo empezar, supongo que al principio no fui consciente. Sin embargo, a medida que la presencia de ese hombre ha pasado a formar parte de mi paisaje cotidiano, la curiosidad inicial pronto se transformó en extrañeza y ésta, dado que los encuentros se repiten a diario, ha iniciado la deriva hacia esa incómoda sensación que me hace sentir vigilado. Y lo más desconcertante: ni siquiera le conozco, estoy completamente seguro.
La secuencia siempre es muy parecida. Bien sea dando un paseo, al dirigirme hacia el metro, una tarde cualquiera al volver del supermercado..., mis ojos tropiezan con él a una distancia prudente, no tan próxima como para exigir una explicación, ni tan distante que oculte el carácter inquisitivo de su mirada sobre mí. Últimamente, lo reconozco, creo que he empezado a buscarle anhelando encontrar un hueco vacío donde, antes o después, acabo por descubrir su silueta expectante.
Se trata de un hombre mayor, he calculado que el siete marca ahora mismo el tránsito de sus años, de baja estatura y con el cuerpo levemente encorvado por la huella de numerosas vivencias sobre su espalda. Siempre lleva la misma ropa, pantalón de pana marrón y una cazadora oscura, ¿gris, quizá verde?, que muestra un bolsillo exterior en el cual diversos bolígrafos se han amotinado frente al encierro opresor de la cremallera y, altivos, exhiben sus capuchones. Una gorra de visera oculta, casi seguro, la ausencia de ese cabello que, luchando por sobrevivir al paso del tiempo, aún resiste a ambos lados de su cabeza. En su mano izquierda siempre lleva una carpeta enferma de obesidad, fruto de las numerosas cuartillas que, dispuestas sin orden aparente, parecen a punto de derramarse hasta el suelo en cualquier momento.
En más de una ocasión, he estado a punto de seguir ese impulso que me empujaba a acercarme para preguntarle si nos conocíamos, si podía ayudarle en algo, a qué debo ese falso honor de despertar su atención cada día. Sin embargo, hasta ahora siempre me ha frenado la prudencia, las dudas acerca de cuál sería su reacción a mis palabras... Supongo que, en definitiva, intento agarrarme a la esperanza de que esta situación anómala se resuelva por sí sola; tal vez con una explicación que hasta pueda dibujarme una amplia sonrisa en la cara o, no tengo objeción alguna al respecto, con un mutis por el foro de ese inquietante partenaire de mi rutina.
Quizá sea hoy, todavía no le he visto, me digo mientras me dirijo hacia esa mesa esquinada que, últimamente, he hecho mía cuando las ruidosas vidas de mis vecinos asaltan la atalaya de mi concentración. Dado que mis ruegos y avisos no vienen siendo escuchados con el interés que yo desearía, antes de provocar un conflicto aún mayor, me escapo hasta este pequeño café donde el murmullo de los escasos parroquianos no es problema sino compañía y, de vez en cuando, también inspiración. Una vez calculo que lo peor de la tormenta casera ha pasado, uno se acaba volviendo experto en horarios ajenos aunque no quiera, emprendo el regreso con el esbozo de un nuevo retrato si las musas acompañan o, al menos, con los nervios en calma.
- ¡Bienvenido a la hora del destierro! -me dice Ismael, a quien he puesto al corriente de mis problemas, como siempre les ocurre a los buenos camareros- Un café, solo y muy caliente, ¿no?
- ¡Tú sí que sabes! -le digo con una sonrisa resignada, mientras recupero la página del cuaderno donde aún me espera una frase incompleta.
Antes de continuar, miro alrededor, aunque nunca le he visto aquí y hoy tampoco es una excepción. También observo la calle a través de la ventana más próxima, todo despejado... ¡No, ahí está otra vez!
- ¡Joder! -exclamo de forma contenida, pero con evidente frustración.
- Aquí tienes... ¿Te pasa algo? -me lo he ganado, el café viene con pregunta.
- No, no. No lo sé, en realidad... -y le cuento la escena con sus escasas variantes, necesito desahogarme.
Desconozco si es una cualidad innata o adquirida en sus años de profesión tras el mostrador, pero Ismael es un magnífico oyente. Sin interrupciones, con un gesto de concentración enmarcando su cara, escucha pacientemente todos los detalles que desgranan esos desconcertantes encuentros y su monótona cadencia. Una vez he acabado, no sé interpretar su gesto: ¿espera por si he olvidado algo, acaso duda antes de hablar?
- Es Santos -dice al fin en un susurro que sus ojos se aseguran permanece oculto al resto de los clientes.
- ¿Le conoces, tú sabes quién es?, ¿es cliente tuyo? -mi respuesta es estridente, no puedo evitarlo y mis manos se disculpan.
- Lo fue...
Profesor de Literatura, dedicó su vida a la enseñanza y a su otra pasión, escribir. Esos fueron sus dos grandes y únicos amores. Vecino del barrio y uno de sus personajes más populares, no tuvo familia, tampoco ninguna relación seria más allá de algún fugaz noviazgo de juventud que, al poco de nacer, se marchitó por su escaso interés hacia todo aquello que no fuese la palabra escrita. Durante muchos años, persiguió el sueño de ver publicada su obra, extensa, anárquica, febril... y, cuando ya casi había perdido la esperanza, aquella chica prendió de nuevo esa llama en él, hay incluso quien dijo que también encendió la nostalgia de las pasiones desechadas. Alabó su estilo, sus escritos, le prometió la publicación de un libro, ¡su libro!, era alguien importante en una editorial...
- Viviana se llamaba, todavía la recuerdo... No era de aquí, sudamericana creo, pelo largo, ojos negros, ¡una belleza! Y esa forma de hablar tan... especial. Santos, claro, confió en ella, ¡yo también lo habría hecho, pero ella buscaba talento! Aquí mismo, en esta mesa donde él pasó tantas tardes escribiendo, le entregó años de trabajo, páginas y páginas manuscritas... Nunca volvió y, yo al menos, nunca supe si todo aquello fue publicado alguna vez, pero eso ya daba igual, Santos dejó de escribir.
- ¡Vaya puñalada!... ¿Y ya no viene por aquí?
- No.
- Es lógico... No sé, tal vez me haya visto aquí sentado y le molesta que yo...
- No viene por aquí porque murió hace más de dos años.
Santos siguió ocupando esa misma mesa que yo acabo de abandonar, cada tarde se sentó allí y dejó que las horas pasaran sin más, a veces buscando a Viviana, otras con sus ojos nublados por la pena... Así hasta que su propia vida alcanzó la última página.
- Entonces... ¿tú crees que...? -no me atrevo a continuar.
- Era un buen hombre, nunca haría daño a nadie. Pero tú también escribes, ¿no? A lo mejor quiere que cuentes lo que pasó.
Madrugada en La 13, solo la lámpara derrama algo de luz sobre el escritorio. Mientras otros duermen, yo permanezco alerta a los pequeños sonidos que emite la noche e intento olvidar las sombras que, a mi alrededor, aguardan el final de esta historia...

enero 18, 2014

Valores

El singular y el plural son dos modos gramaticales que, normalmente, mantienen excelente relaciones.
Dado que el segundo siempre representa un incremento cuantitativo, la afinidad queda poco menos que garantizada. Aun cuando el singular señale situaciones dolorosas, "guerra", "enfermedad", "hambruna"..., o graves cualidades de una persona, "defraudador", "asesino", "ladrón", su compañero no le desmiente, al contrario, favorece con su capacidad de suma. 
Así ocurre normalmente... Salvo algún que otro caso en el cual las diferencias que mantienen les convierten en una rareza, dos gemelos desiguales.
Hoy entrego en la constructora el texto promocional de la última fase de los chalets cuyas obras están a punto de concluir. No es mi primera colaboración con ellos; tras aquella primera visita a La 13 que hizo el dueño alentado por las palabras de un buen amigo, ha habido un breve anuncio en prensa y una cuña en la radio. Hasta ahora, todo el mundo contento; él porque supongo que cualquier agencia de publicidad le supondría un coste mucho más elevado, yo porque siempre es bien recibido un pequeño extra para café.
Desconozco si han tenido problemas de solvencia en estos últimos años, tal y como les ha sucedido a otras muchas empresas del ramo. De cualquier forma, la sonrisa que exhibe Adolfo desde que fuimos presentados y los distintos proyectos a los cuales he prestado mis palabras me hacen pensar que, aunque así hubiese sucedido, el presente y futuro inmediatos son ya bien distintos.
Otro traje más sin una sola arruga sobre su cuerpo atlético, frondosa mata de pelo cuidadosamente desordenado, dentadura color nieve artificial, manicura en el extremo de sus dedos, ojos claros de maduro truhán..., me reciben en su despacho, donde cristal y acero son símbolo de solidez, según él, de gélidas decisiones empresariales para mí.
- ¡Pasa, pasa! ¡Por fin!, ¿cuándo ibas a venir? -me recibe una engañosa calidez que no quiere oír ninguna explicación en realidad- ¿Te has confiado, a que sí? ¡Pues estamos esperando por ti!
- Me dijiste que no había ninguna prisa... ¿Por qué no me habéis avisado?
- ¡Hombre!... No hacía falta para el día siguiente, pero ha pasado una semana. En fin, ¡a ver qué nos traes! Ya sabes que si no me gusta...-la clase no está incluida en el traje, pienso ante el provocativo gesto de su dedo corazón.
Durante un par de minutos, el silencio ocupa la silla vacía junto a la mía e impone su ley entre los dos. Mientras repasa cada palabra, mis ojos planean alrededor a la espera del veredicto. Está gratamente sorprendido, me doy cuenta; me lo dice esa expresión de asombro, tal vez mezclada con cierto desprecio, que deja al descubierto su incapacidad para dar vida a un texto, más allá de las cartas comerciales que dicte a su secretaria.
- No está mal... ¿Cómo lo haces? -dice al fin, tratando de aparentar indiferencia con ese gesto que arroja las cuartillas frente a mí.
- No lo sé. Yo... solo escribo -es cuanto acierto a decir, no tengo otra explicación, nunca la he tenido.
- Ya... -sus ojos taimados tratan de averiguar aquello que, seguro, piensa me niego a compartir- Mira una cosa: mi mujer trabaja en una editorial y, bueno, hay un autor que les tiene al límite con los plazos de entrega de una novela... Como tú me has tenido a mí, vamos. ¿Qué te parece?
- No entiendo. ¿Qué...?
Me ofrece mi sueño: "¿Tú no quieres escribir?". Me advierte que no hay ninguna garantía al respecto: "Tendrás que presentar unas páginas primero, cuarenta o cincuenta, tampoco mucho..., para que los de la editorial valoren tu estilo". No hay dinero: "Pero así se empieza en todos lados, ¿no?. Si haces un buen trabajo, seguro que vuelven a contar contigo y entonces... ¡quién sabe!". O casi: "Bueno, ya he quedado con la parienta en que yo te daría una gratificación con la promoción del Club de Golf... Unas clases gratis o algo así". No sería yo: "Eso por descontado, claro... Se trata de salvar los plazos y el culo a este tipejo. ¡Su nombre vende por sí solo, pero tú...!".
- ¿Qué me dices, entonces?... No te veo muy convencido -irrumpe impaciente en mi silencio con un tono ofendido, como si hubiese esperado una conformidad entusiasta e inmediata por mi parte.
- Adolfo, yo solo soy "el Negro" para mis amigos, para mis mejores amigos. Y no viene a cuento explicarte por qué... Te agradezco que hayas pensado en mí, pero no me interesa.
- ¡Venga ya, no me jodas! ¿Me vas a dejar tirado... a mí? Mira que mi mujer me va a decir de todo y no estoy dispuesto... ¡Anda, piénsalo otra vez! ¿Es por el dinero?, se puede hab...
- Nada que ver. No tengo espíritu de mercenario, eso es todo.
- ¡Ah, ya entiendo! ¿Quieres jugar al "íntegro" conmigo para apretarme las tuercas y sacar una buena tajada, eh?. ¡Vale, adelante, juguemos!
- Sigues sin comprender y te estás equivocando... Mucho. Vamos a dejarlo. ¿Te gusta entonces? -recojo las cuartillas y trato de dirigir la conversación hacia aquello que me ha llevado hasta allí.
- ¿Tú has visto la tía que me coge los recados ahí fuera? ¿Cómo no fijarse en ella, eh? -se refiere a Vera, una mujer escultural que, en efecto, atrapa todas las miradas-... Pues no tiene ni idea, es un completo desastre, ¡pero me gusta ver cómo mueve el culo, a veces solo la hago venir para eso! Ahora mira estos zapatos... ¡el sueldo que le pago no compraría ni siquiera uno de ellos! Venga, ¿dime cuánto quieres?
"¡Qué ironía!..." me digo a mí mismo, de nuevo en la calle, mientras guardo las cuartillas que me he negado a abandonar en las garras de ese depredador del espíritu humano.
"... ¡El valor de mis palabras ahogado por mis valores!".


enero 15, 2014

Salto

"Volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía". 
Es una de las acepciones que el diccionario asigna al verbo "recuperar", ¿te suena?... A mí tampoco.
Y no somos los únicos, al parecer. Porque los rostros que ahora observo, tras leer las palabras entrecomilladas de un alto responsable gubernamental, reflejan derrota, miedo, dudas, cansancio, abatimiento, desilusión, incertidumbre..., nada que ver con esa reactivación económica que menciona. Y no son máscaras superpuestas, sino la realidad que cada una de esas personas, yo mismo, vivimos día a día.
No hay ilusión en esa procesión de penitentes donde me sumerjo a diario, como mucho cierto nivel de conformismo si la persona consigue mantener un puesto de trabajo que le permita no ahogarse en la ciénaga del desempleo, aunque para ello sean necesarias más horas a cambio de nada. Si se cae en ella, si ese lodo te atrapa, el terror y la desesperación borran todas las facciones de las caras y, lo que es peor, hoy en día es muy probable que sus raíces arraiguen de forma prolongada.
Mientras camino, arrugo el periódico, como si así pudiese hacer más evidente mi desacuerdo con una versión que, tal vez, sea patente en los gráficos macroeconómicos, en las cuentas de resultados de muchas empresas, o en los fondos saneados de las entidades bancarias. Más allá de esos territorios...
... Un revuelo considerable interrumpe el ahogamiento de las páginas y mis pensamientos al doblar la esquina. Ante mí, algunas personas se arremolinan frente a un bloque de viviendas. Hay gritos, nerviosismo, curiosos y sorprendidos que nos vamos sumando a ese extraño grupo de gente que dirige sus miradas, al cabo de unos segundos, en la misma dirección donde vuelan las advertencias y los ruegos angustiados, hacia una de las ventanas del cuarto piso.
Allí arriba, sentado en el breve alféizar con sus dos piernas colgadas del vacío, un hombre clava sus ojos en un punto exacto del gentío congregado por el dramatismo de la situación. Permanece callado, como si las voces de sus propios vecinos y de la policía, ahora puedo ver los uniformes de quienes intentan apartar a la gente de la hipotética zona de peligro, no llegasen hasta él o, simplemente, de nada le sirvieran. Su pelo es una jungla de nervios azotada por el aire, la rabia y la tristeza parecen ser las únicas capaces de darle consejos y sus manos tiemblan crispadas sobre el marco de la ventana. Un viejo jersey de lana, un pantalón de chándal y zapatillas deportivas completan la imagen de alguien que, no importa la edad que tenga, ahora mismo es un frágil anciano.
- ¡Tranquilícese! ¡Pase de nuevo a la vivienda, retírese de la ventana, por favor! ¡Déjenos hablar con Vd.!... -repite nuevamente una voz sin uniforme y con una hoja de papel todavía colgando en su mano.
- No hay nada de qué hablar, ya te lo he dicho. ¡Joder, si esa puerta se abre, me tiro, juro que me tiro! ¡A mí no me vais a dejar en la calle!
"Desahucio". 
La definición, en este caso, se ajusta más a la realidad que unos persiguen y otro parece firmemente decidido a evitar pero, aún así, resulta insuficiente. Porque no cita el abandono al cual se ven abocadas las personas que lo sufren, tampoco el olvido, más allá de cierto revuelo mediático y de las ayudas que algunas asociaciones puedan prestarles. No explica cómo sus vidas se desintegran, pasado, presente y futuro convertidos en dolorosos recuerdos y en opciones fusiladas por la realidad. No habla de la crueldad que representa romper a una persona para hacer negocio con lo poco que posee. Y sí, puede que sea legal en muchos casos, pero desde luego no es humano y eso tampoco se cita.
Mientras la situación se estanca en ese trágico fotograma del desacuerdo, a mi alrededor empiezan a proliferar las quejas, "No hay derecho... Lleva trabajando toda su vida, pero invirtió en no sé qué cosa de un banco y...", los amagos de enfrentamiento con la autoridad, "Debería daros vergüenza, echar a la gente a la calle... ¿Y si os pasara a vosotros, qué?", hasta las opiniones acerca del desenlace final, "No se tira, te lo digo yo... Pero yo estoy de su parte, ¿eh?, si no la armas...", porque este mundo, a menudo, es un circo terrible en el cual siempre hay un insano sector del público que se siente defraudado si el espectáculo le aburre.
Ambulancias, coches de bomberos, más policía..., las dimensiones del suceso empiezan a superar el espacio disponible en la calle. Dado que ha habido que cortar el tráfico, los coches también emiten sus airadas protestas, dando forma a un colapso cada vez mayor que, lejos de una solución, parece enquistarse peligrosamente por momentos.
- ¡Van a subir los bomberos, ellos solo quieren ayudarle! ¡Abra la puerta!
- ¡Que no suba nadie o me tiro!, ¿me oyes, cabrón? ¡No me la vais a robar!
- Vamos... No podemos esperar más -ordena a continuación y cuatro bomberos penetran en el portal.
Minutos de tensa espera, el silencio nos amordaza a todos y solo las luces giratorias de las sirenas parecen gritar "¡Cuidado!"... Algo pasa de repente, porque el hombre dirige su mirada hacia el interior de la casa; probablemente, han echado la puerta abajo y están tratando de aproximarse hasta donde él se encuentra. Dice algo, pero ahora son sus palabras las que nos resultan inaudibles al resto. 
Un leve rumor de comentarios se reinicia y... su cuerpo convertido en un bulto informe cae. ¡No es posible, no!, los gritos estallan por todos lados, nadie parece creer lo que estamos viendo y, en apenas unos segundos, un sonido que jamás olvidaré nos destroza a todos en el momento en que el cuerpo impacta contra el suelo.
Cuando encuentro una pared donde apoyarme, los ojos ahogados en lágrimas, arrojo el periódico al suelo y pienso que ojalá el responsable de esas declaraciones estuviese aquí ahora mismo.
Tal vez, de esa forma, sería capaz de completar adecuadamente su opinión acerca del "Salto" cualitativo que suponen las últimas medidas adoptadas para superar la crisis.

enero 13, 2014

Desfasados

Ni siquiera nos hemos puesto de acuerdo en la ensalada... Dos fuentes distintas ahogan el escaso espacio libre entre los cuatro comensales que rodeamos la mesa.
Sin duda, ahora lo sé con certeza antes solo lo intuía, habría sido más sensato inventar cualquier excusa cuando estábamos apurando los aperitivos en la barra. Y claro que de haber actuado así Mache se habría quedado solo pero, a fin de cuentas, el chico que ahora está sentado frente a mí es su primo, ella su encantadora esposa, así que los años que habían dejado pasar sin apenas relación son una deuda que yo no debería estar pagando en este instante.
Con todo, haciendo honor a ese mote que los demás acortamos por comodidad y, sí, también como un pequeño homenaje a la ironía, Remache es un amigo y... ya no queda decir más. Por otra parte, si me hubiese ido, no soy capaz de calcular durante cuánto tiempo me acusaría de traidor, así que aquí estoy, tan leal como aburrido.
Por suerte, la ventana situada justo al lado me permite cierta dosis de evasión, aunque debo tener cuidado, ésta es la tercera vez que Félix llama mi atención con su inquisidor "¿Me sigues?", tal vez consciente pero nunca resignado ante el nulo interés que en mí viene despertando su interminable monólogo. Por cierto, cuando acabe la velada, también encantadora como Silvi, el nombre mutilado de la ¿prima de Mache, cuál es el parentesco en este caso...?, ya estoy distraído de nuevo, ya no le sigo... cuando acabe la velada estaba diciendo, tengo que preguntarle cómo hace para disimular el tedio, o bien, si comparte esa afición que su primo viene desgranando hasta el último detalle y no me lo había dicho.
¡Porque a mí no me gusta la caza! Nunca he practicado ese "deporte", así lo ha calificado, en serio, y mi interés acerca de munición, escopetas, trampas, temporadas, señuelos..., es absolutamente ninguno. ¡Y desde luego no me parece una forma de hermanamiento entre el hombre y la Naturaleza, ésa sí que no se la paso!
- No me sorprende tu reacción, la verdad. Es típica, fruto del desconocimiento y de una predisposición por completo negativa que, claro, no te deja ver la realidad. Pero no te preocupes, tiene arreglo, en cuanto vengas un día...
- Gracias, pero no quiero darte esa insatisfacción -alzo mi mano, para acallar su réplica evidente- No, no me he equivocado... Porque, puedes creerme, creo que lo haría tan mal que, sin duda, te amargaría "el carrusel deportivo".
Creo que ambos han sido conscientes del rodillazo que Mache me ha dado, mi pierna desde luego, pero el cazador parece disfrutar alargando el sufrimiento de su presa, es decir yo en este caso, y en lugar de salir a campo abierto para enfrentarse a mi ácido apelativo, decide dar un rodeo hasta los servicios para reanudar la montería al cabo de unos minutos.
Para mi desgracia, la de Mache ahora me tiene sin cuidado o quizá también lleva años ejercitando esa afición en secreto, la encantadora Silvi, tras dejar que se despeje la bruma de la incomodidad, nos hace partícipes de su pasión por la decoración de interiores. Al parecer, aun cuando no ha cursado estudios de ningún tipo al respecto, las mujeres de su familia siempre han mostrado un gusto encantador por la estética y todas sus amigas, que son... ¡sí!, tienen plena confianza en ella y siempre siguen sus consejos.
- Les ayudo con las telas, los muebles, los colores... ¡Cualquier detalle, por pequeño que pueda parecer, es importante! No sé, un cenicero, por ejemplo, puede convertir tu casa en un palacio si sabes dónde ponerlo.
- ¿De verdad? Nunca hubiese pensado... -ya he apartado mi rodilla, por si acaso.
- ¡Pero, por supuesto! ¡Ah, los hombres, qué desastre! Aunque, ahora que no me oye Félix, la verdad es que a mí me encanta esa rudeza primitiva... No sé, también me parece encantadora, a su manera claro, pero...
Mache, ahora sí, ronda peligrosamente la catatonia y no logra articular ningún comentario que rellene el, al menos para mí, encantador silencio al fin. Como tampoco portamos ningún arma y venimos utilizando los cubiertos para comer, supongo que, hasta que no regrese su marido, Silvi continuará examinando el restaurante en busca de los mejores lugares donde exhibir las... ¿cestas de pan?
La sonrisa callada que exhibo en silencio es, pese a todo, amarga. ¿Cómo había acabado ahí, atrapado en ese cepo delirante?...
Según Mache, iba a ser una noche genial, porque él se lo pasaba muy bien con su primo cuando eran niños. Además, aunque hacía mucho que no se veían, sumado al hecho de que "la Encantadora" y yo no compartiésemos ninguno de esos recuerdos, todos teníamos más o menos la misma edad y eso, en sí mismo, era garantía de una noche repleta de complicidad y diversión... Ahora que lo pienso, no debía estar tan seguro cuando no quiso enfrentarse él solo a la situación, "¡No me irás a dejar de sujetavelas!", ni venir con Claudia, "Hace poco que estamos... No quiero ir de novios formales, ya sabes", pero darme cuenta ahora de todo ello ahora no sirve, me hace sentir como el pescador que cae en la cuenta de que dejó las redes en tierra cuando solo hay océano a su alrededor.
De nuevo cuatro en la mesa, yo rechazo el postre para dar por finalizado cuanto antes ese suplicio. Sin embargo y pese a no ser el único, uno consciente de la necesaria revisión que deben pasar sus intuiciones y la otra muy preocupada por su figura, Félix ha vuelto para acorralar a sus presas y darles el tiro de gracia, no hay duda: "Nos va a traer un surtido, así los probamos todos".
La espera es eterna y yo, cansado de disimular, clavo mis ojos en el cristal y contemplo la calle, mientras los primos se ponen a desempolvar anécdotas y ella les acompaña, parapetada tras un falso interés. 
De pronto, en el espacio de acera situado justo enfrente, una joven y un anciano detienen el lento paseo que venían dando. La diferencia de edad es abrumadora, la ternura y la complicidad latente entre ambos también. La mano temblorosa de él se mantiene apoyada en el antebrazo que ella le ofrece y ahora, tras una breve confidencia, sus cuerpos se aproximan aún más y, un segundo después, los dos ríen abiertamente. 
La chica superará la veintena por poco, su pelo luce un llamativo mechón de color rosa, oculta su cuerpo bajo la amplitud de sus ropas y las botas militares hacen que Silvi, al parecer más aburrida de lo que parecía dispuesta a admitir hace un instante, lance un suspiro de desaprobación, "¡Desde luego...!".
Él abuelo, abrigo gris, pantalón negro y boina del mismo color, es un cuerpo enjuto que todavía mantiene cierta agilidad en sus movimientos. Calculo que, tal vez, hace tiempo que superó los ochenta... "¡Vaya con el viejo verde! ¿Qué se traerá entre manos?... Porque, no me digáis, esos dos no pegan para nada", irrumpe la voz del desalmado cazador, dispuesto a aniquilar la belleza con la insana munición de sus palabras.
- Se llama cariño, amor, respeto -me revuelvo furioso, al fin liberado de la trampa-, pero tú no tienes ni idea de lo que es eso. Y tú búscate otra afición; si eres incapaz de apreciar semejante grandeza, no quiero ni pensar lo que puedes llegar a hacer con los ceniceros... Mache, veinte años y un día pagándote cervezas, pero ya no puedo más, me marcho.
Al fin libre, sigo el rastro sereno de esa senda donde la edad no importa, solo la calidad humana de las dos personas que ahora mismo me guían por ella.