febrero 16, 2014

Sucedáneo

Como si de caracoles se tratase, el tímido regreso del sol a ese cielo aún entreverado de azul y nubes consigue que el domingo vuelva a repoblarse con personas que, de nuevo, conquistan la calle, los parques, los cafés...
Después, claro, vendrá la melancolía de la tarde. Esa luz que persiste un poco más cada día y, aun así, todavía no es rival para las sombras. El inexorable planeo del lunes sobre el ánimo. El llamativo contraste entre el silencio de las últimas horas del fin de semana y el bullicio que marcó sus primeros instantes. La sensación de extravío que provocan las expectativas incumplidas... Todo eso llegará, siempre lo hace; pero ahora, cuando apenas es mediodía y las manos se han liberado al fin del yugo de los paraguas, aún es posible olvidarlo.
Ansioso de luz como estoy, dejo de lado mis reticencias habituales hacia esas terrazas invernales donde, rodeado de plástico y al cuidado del reconfortante calor que emana de la estufa vertical más próxima, tengo la sensación de estar siendo cultivado en un invernadero. A medida que mi taza se vacía, la visión de esa pareja silenciosa, miradas perdidas que en vez de buscarse regresan cada poco al periódico, frontera o salvavidas entre ambos, despierta en mí el recuerdo de aquellos pantalones que marcaron los primeros años de mi adolescencia.
En esa época, cuando las hormonas exigen absoluta pleitesía hacia todo cuanto tenga que ver con la imagen, yo viví sometido a los vaqueros de tergal. En realidad, el calificativo "vaqueros" lo añadía mi madre para acallar mis protestas ante una prenda que, sin la menor duda, nada tenía que ver con los pantalones que usaban los demás. Era como llevar un saco, la tela caía en lugar de ceñirse a mis piernas, a mi cintura; su color era como un faro que gritaba "Imitación desafortunada" a muchos metros de distancia. Y, lo peor de todo, esa raya que mamá les delineaba en cada pernera al pasar la plancha... Duele recordarlo.
Tergal, edulcorante, descafeinado, margarina, costumbre... Sucedáneos.
Una alternativa a menudo impuesta por las circunstancias, casi siempre mejor que la renuncia. En ocasiones, también un engaño.
Intruso en la distancia que comparten, más allá de las reservas de cariño acumulado, del tiempo transcurrido desde sus primeros besos, de ocasionales preocupaciones, del espacio propio que todos necesitamos, de cómo la pasión puede llegar a nutrirse de infinidad de matices con los años..., creo ver un gran vacío. Un hombre y una mujer, jóvenes aún, quizá incluso disfrutando de la libertad que pueda proporcionarles el orgulloso paseo dominical de los abuelos con su nieto, ¿tendrán hijos, cuántos?, sin aparentes apuros económicos en función de su vestuario y complementos, tampoco la enfermedad parece rondar su mesa y, sin embargo, me pregunto qué diría cada uno si les preguntase "¿Es amor o solo inercia?", tratando de averiguar qué sienten por la persona que ahora mismo está a su lado.
¿Por qué no hablan, por qué sus ojos no dicen "Te echo de menos cuando no estás", por qué sus manos permanecen huérfanas de caricias, por qué no piensan en la próxima vez que, junto a ellos, solo esté su intimidad...? Y algo más: ¿cuánto tiempo hace que, para comunicarse, solo utilizan palabras?
Cada noche, en esa cama que compart...
- ¡Alucinación, sí, es alucinación! ¡Te he ganado, te he ganado! ¿Dónde está el bolígrafo?... ¡No, no lo escondas, eso es trampa...!
Es ella quien de repente ha estallado y, ondeando el periódico a modo de bandera victoriosa, me ha dejado ver un crucigrama prácticamente resuelto salvo algunas casillas que, a juzgar por su efusiva reacción, los dos perseguían completar. Acto seguido, él ha intentando ocultar algún objeto en el bolsillo interior de su abrigo, seguramente el bolígrafo que ella reclamaba hace un momento y que ahora, en medio de esa risa contagiosa que comparten, trata de alcanzar con la ayuda de las cosquillas, "¡Eh, eso no vale, no, no...!", que sus dedos reparten...
Me marcho, avergonzado y feliz a partes iguales.
El beso apasionado que, ahora sí, completa el crucigrama, viene a recordarme que cualquier opinión externa es el peor sucedáneo sobre la realidad de los sentimientos.

febrero 02, 2014

Plazos

Varios regalos aún ocultos bajo el papel, diferentes formas y tamaños. Son para ti. ¿Por cuál de ellos empiezas?...
Yo, de niño, cada vez que un cumpleaños o la visita del Rey Baltasar me ponía ante una tesitura semejante, siempre dejaba para el último lugar aquél que, por su esquiva apariencia, pensaba iba a suponer una sorpresa más impactante. Claro que a veces esa apuesta no era buena, ¡un mecano para mí, que siempre jugaba en el Lejano Oeste!, entonces mi cara era la de un jugador en bancarrota. Pero cuando lograba hacer saltar la banca...
Con ella, muchos años más tarde, he vivido algo similar.
Un regalo de la vida, la alegría de acunar un sueño hecho realidad, la infinita ilusión que trae consigo, el futuro que ahora tiene más sentido, la suerte de aprender cada día, enviar besos y pensamientos para tres, ese número que ahora ya significa "familia".
Hoy, lamento haber dejado pasar tanto tiempo hasta que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, sin abrazar a quienes han hecho posible este milagro, Amigos a quienes nunca agradeceré lo suficiente haber respetado mis plazos y circunstancias, que han logrado preservar sus sentimientos del asedio al cual les sometió mi ausencia.
Pese a todo, nunca me fui... Ni de ellos, ni de Eva.
Ya que el ánimo, las fuerzas, no me permitieron durante muchos meses afrontar la visión de algo que yo había dejado atrás en mi propio sendero, una familia feliz, decidí esperar... Confié en la autenticidad de cuanto nos había venido uniendo, en la calidad humana de dos personas que nada tenían que demostrar, en superar la tristeza... Y gané la apuesta, de nuevo todas las fichas fueron a parar a mi lado de la mesa.
¿Qué hice mientras tanto, cómo conseguí no apartarme jamás de ellos? Decidí ir abriendo otros regalos, como siempre había hecho. "El teléfono es muy frío..." como dice Miguel Ríos a esa desconocida que no quiere dejar de serlo, pero fue cuanto me permití tener; y con cuentagotas, mi nostalgia obstruía la línea. Y sí, claro, también me agarré a mis propios recuerdos.
Fue así como imaginé a esa niña recién nacida en los brazos aún inseguros de sus padres. A través de mis propias sensaciones cuando tuve la fortuna de vivir un momento similar, sentí la fragilidad de su cuerpo, el afán por adaptarse a un entorno tan distinto a ese que le había dado cobijo en los nueve meses precedentes, cómo las innumerables muestras de amor que ahora ya no solo eran voz, también miradas y tacto, empezaban a modelar su carácter.
Y también pensé en su madre, esa mujer con quien yo había compartido tantos días de mi vida, no siempre fáciles porque el entorno laboral a menudo es complicado, pero siempre buenos porque ella estaba allí, justo enfrente; y en su padre, por supuesto, un hombre bueno, pura sensibilidad, una fuente inagotable de cariño. Sin duda, su hija recién nacida les hacía todavía más grandes, mejores personas, más... "Sin duda lo merecen", me dije y convertí ese pensamiento en perenne.
Llegaron las tomas que nos transforman en los peores morosos del sueño Los ratos de miradas absortas a esa niña que, aun cuando pase dormida la mayor parte del día, es inspiración continua, te dice quién eres, lo segura que le haces sentir asomado a su dulce descanso, escucha cada sentimiento que tus ojos le transmiten sin palabras. Los primeros desvelos en forma de fiebre, cólicos, la insinuación de sus primeros dientes..., para hacer que enfermes de impotencia y preocupación mientras, en realidad, la mayor parte de las veces todo forma parte de un proceso en el cual su fortaleza no deja de sorprenderte.
Fue así como empecé a quererte, Eva, desde el primer día. Distante, callado, extraño sin querer serlo, ¿puedes entenderlo?... A mí, a veces, también me cuesta.
Tu primer cumpleaños fue... Sentir que aún tenía medio cuerpo hundido en una ciénaga y tú, desde la orilla, me ofrecías una rama donde agarrarme; y yo no pude, no quise que existiera ninguna posibilidad de llegar a manchar tu mano. Y me hice la promesa de estar fuera, limpio, antes que llegase el segundo.
Cuando hace algunos meses al fin nos conocimos, me reprendí en silencio, "Lo tienes merecido", al observar cómo te escondías detrás de mamá frente a mi repentina aparición en la puerta. Me perdonaste enseguida, ¿recuerdas?. Me gusta pensar que, con esa capacidad mágica que solo los niños tienen, supiste que siempre había estado muy cerca.
Me asomé a la fiesta de tus ojos, pude ver tu cabello de sol, sentí el cielo sobre tu piel, tu voz de hada me hipnotizó... Y jugamos, al fin pudimos jugar porque, además de convertirme en niño, también me aceptaste como amigo.
"Atravesé un laberinto, lo tuve que atravesar, por eso he tardado tanto... Pero, en cada paso que di, equivocado o no, te llevé en mi corazón"
- Paa...
La respuesta de Eva a mis pensamientos, ofreciéndome una pera de plástico en la intimidad de su habitación, es el indulto más bello y yo... Vuelvo a sonreír.