diciembre 29, 2013

Oportunidad

El pan, de toda la vida, "donde Sera".
Aun cuando las calles y plazas donde jugó mi niñez y se enamoró eternamente mi adolescencia sean el decorado de un acto ya acabado en la función de mi vida, me gusta regresar a ellas con cierta frecuencia. Ahora que el paso de los años va cerrando puertas a mi alrededor, a veces reconforta volver a ese tiempo en el cual todas estaban abiertas y, al menos eso parecía entonces, así iban a continuar para siempre.
Debo reconocer, no obstante, que cada visita supone un auténtico examen para la memoria. Aquel paisaje de barrio, como yo mismo, también ha cambiado mucho.
La explanada donde jugábamos las futuras estrellas del fútbol hoy es un aparcamiento, tierra y sueños sepultados por asfalto. El diminuto puesto de tablones verdes ya no está, hoy los cromos y las chucherías también se han privatizado, cada niño tiene los suyos y no son un juego más. La tienda donde, cada semana, cambiaba mis tebeos por otros que no hubiese leído hace mucho que cerró... Locutorios, bazares, agencias inmobiliarias de paso, me rodean y ponen a prueba la nitidez de mis recuerdos.
Por suerte, siempre hay algunos faros que les guían. Rincones que uno hizo suyos con la escritura de propiedad de un gol cuando las llamadas maternas estaban a punto de poner punto y final al partido de todas las tardes, de aquel primer beso que todavía acaricia mis labios, de esa sensación que convertía algunos comercios en una habitación más de la casa..., como la panadería de Serafín.
Aquel pequeño local de techos altos y paredes pintadas de verde, mostrador de mármol con una pequeña vitrina en su lado izquierdo, amplios expositores de madera donde se amontonaban las barras y esa escalera situada junto a la pared del fondo que descendía a los pies del horno, fue parada obligatoria en mi rutina cotidiana. Primero junto a mi madre, más tarde como enviado y portavoz de sus encargos, finalmente la primera y exitosa parada de mis propias excursiones. Regentado por Serafín, Sera para todos en el barrio, un hombre de una bondad mucho mayor que su abultada panza, el negocio vivió la imparable evolución de los hábitos comerciales, las nuevas costumbres impuestas por la masiva llegada de población inmigrante y... consiguió sobrevivir. Lamentablemente, Sera nos dejó hace mucho; su hijo, aquel joven de amplias patillas, tupé engominado y cazadora negra que yo idolatraba a los seis años, sigue manteniendo viva la luz de ese estandarte. Y no viene siendo fácil.
Porque la vida ha ido mordiendo la fortaleza de su cuerpo hasta dejarlo reducido a una débil sombra de lo que fue, por la tristeza perenne que le dejó el abandono de su mujer, por el exilio voluntario de un hijo que hace mucho es solo una lejana voz a través del teléfono... Hoy, en la antesala de la vejez, aquel chico también es Sera, pero no el orgulloso panadero que fue un día su padre, sino apenas el diminutivo que los años han hecho de él.
Probablemente, si no fuese por la ayuda de Iván, "el Pinchi"... Aunque eso tampoco fue fácil.
Muchos en el barrio no aceptaron encontrarse, justo al otro extremo de su barra de pan, la mano que tal vez había roto el cristal de su vehículo años atrás, robado su cartera o amenazado en una esquina mal iluminada con un pincho afilado en su mano temblorosa. Iván creció junto a un padre alcohólico y una madre maltratada; desde muy temprana edad, solo quiso huir y, al final, acabó encerrado en su propia trampa: robar nunca trae la libertad. Desaparecido durante varios años, en el barrio circularon diversas versiones acerca de su destino, ninguna le deseaba un buen final. Fue la cárcel, seis años para llorar... y cambiar.
Regresó con la huella del dolor en el rostro, pero entero. Capaz de mirar frente a frente a los demás para pedir perdón, decidido a no rendirse nunca más frente a sueños imposibles. Volvió con la compañía de quien le había llevado a encontrarse al fin, la persona que habló con Sera para ver si ambos aceptaban ayudarse mutuamente... No hubo dudas, los dos se prometieron "Sí".
Hoy la panadería luce un nuevo e intenso verde en sus paredes, el horno vuelve a calentar la calle cada madrugada, el olor del pan recién hecho recibe a quienes, poco a poco, se han regalado la oportunidad de perdonar y aceptar a un muchacho que, tal vez, solo tuvo la ocasión de equivocarse en su juventud... Y Sera ha vuelto a sonreír detrás del mostrador, orgulloso de poder conservar el legado de su padre.
Ahora, como siempre hago, le pido dos barras antes de abandonar hasta otra ocasión el barrio. Su mirada, sin embargo, se desvía hacia la puerta.
- ¡Hola, hija!... Está abajo, ahora mismo sube. Mira, éste es un vecino a quien yo conocí cuando era así -la mano de Sera me convierte en un chiquillo frente a la recién llegada.
- ¡Hola!, encantada. En realidad, además de saludar, he venido a dejaros esto... -un calendario de pared se abre entre sus brazos.
Un rato después, aún sigo allí. Después de intercambiar unas cuantas palabras con Iván, su apodo ya solo es olvido, continúo desempolvando anécdotas y vivencias junto a Sera. Le gusta hablar del pasado, convertirse de nuevo en aquel hombretón que fue; y yo le dejo, siento que se lo debo a él y a su padre. Sin embargo, debo reconocer que hoy no le presto excesiva atención... 
Mis ojos permanecen clavados en el calendario que ya luce en la pared, "Fundación ADSIS"; es la organización que ha encauzado la senda de una nueva vida para Iván. Junto al hueco de la escalera, le veo hablar con esa chica que, por un instante, ha tenido una visión del niño que fui.
Ella es compañía, ánimo, ayuda, mirada limpia que dice "Lo has conseguido, tú lo has conseguido", una voz capaz de guiar por la selva más peligrosa, manos que regalan libertad, sonrisa de cálida esperanza, abrazo de confianza absoluta... Iván es, al fin, la persona que quiere ser y no el espectro que modelaron las circunstancias. 
Todavía no me he ido y ya pienso en regresar. "Donde Sera", allí donde un milagro se hornea todos los días.






diciembre 25, 2013

Transmisores

Un tren bipolar, ése es mi diagnóstico para el cercanías.
Condenado al tránsito permanente entre la ciudad y el extrarradio, a veces es el cómplice perfecto de quienes huyen de la opresión urbana. Otras, en cambio, el mercenario que les apresa para someterles de nuevo a su dictado.
Ahora, en este viaje, todos somos fugitivos. Poco a poco, la cordillera de cemento ha ido quedando atrás; los bloques de viviendas, los túmulos que forman los centros comerciales, las naves que dibujan con simétrico pragmatismo los polígonos..., han sido sustituidos por un paisaje plano, campos sembrados o tierras estériles orgullosas de su libertad que, antes o después, aparece salpicado por pequeñas poblaciones donde conviven desertores y devotos del asfalto.
No somos muchos viajeros, la hora punta pasó hace rato y las vacaciones escolares parecen anestesiar el trasvase de actividad entre esos dos vasos comunicantes tan próximos, tan distantes... Algún que otro turista, ancianos que llevan de excursión a sus pulmones, dos adolescentes en busca de sí mismas, fantasmas de miradas perdidas tras un trabajo que no encuentran, un joven con respiración asistida a esa pantalla táctil que mantiene oculta su mirada y yo, como siempre me sucede, atrapado en mis propios pensamientos e incapaz de atender la queja del libro que olvidé en el asiento de al lado.
El silencio, la falsa calma, solo tiene un contrincante: el niño que dos filas de asientos más allá, arropado por la atenta mirada de su madre, recrea la Prehistoria con ayuda de esas figuras que representan diversas especies de dinosaurios. Disputas territoriales, vuelos imposibles, rugidos salvajes..., sus ojos parecen capaces de trasladarse millones de años atrás, absortos como están en cada detalle de la fantasía que él mismo alimenta. Ni el paisaje, ni el resto de los pasajeros, ni ese bocadillo que agoniza en su mortaja de aluminio se muestran capaces de hacerle regresar al presente, en realidad nada lo parece.
Hasta que, en la siguiente estación, tres nuevos pasajeros se unen a nuestra comitiva: una mujer con un bebé en brazos y, a su lado, un chico más o menos de la misma edad que el aprendiz de paleontólogo. Ropas sucias, gastadas por otras vidas y que ahora ya agonizan sobre sus cuerpos, un pañuelo en la cabeza esconde el cabello de la mujer y enmarca un rostro surcado por arrugas de profundo desengaño, sus pies apenas encuentran cobijo en esas chanclas de paño y las medias, muertas bajo las rodillas, son la viva imagen de la derrota. El pequeño es apenas un bulto inmóvil bajo una manta, todo lo contrario que el otro, cuya mirada inquieta ya ha repasado cada detalle de su entorno más cercano.
Las dos mujeres cruzan sus miradas un instante, ambas parecen comprender y aceptar la inmensidad que separa sus respectivas realidades y, aún así, por un segundo la llama de un breve saludo está a punto de encenderse. Nada pasa, sin embargo, la madurez nos hace esclavos de la desconfianza. Los dos chicos, por el contrario, aún no han contraído esa enfermedad y, pese a que sus labios hablan idiomas distintos, caminan juntos por las llanuras del Jurásico bajo la orgullosa mirada de sus madres.
De pronto, dos guardias jurados rompen la burbuja e instauran de nuevo el presente. Avanzan precediendo a un inspector que reclama su billete a cada uno de los viajeros...
Los recién llegados no lo tienen; no lo encuentran o lo han perdido, en la mente de un niño no hay lugar para el engaño. Cuando el revisor empieza a escribir en el bloc que lleva en su mano, solo una voz se alza en contra:
- ¡No!
- ¡Pablo! -le reprende su madre, tratando de disculparse con la mirada- Deja al al señor en paz, no molestes.
- ¡Pero mamá...! Si le apunta ahí, los Reyes se enterarán y no le traerán nada...
El bolígrafo interrumpe su avance en la hoja y el hombre detiene con su mirada el regreso de los guardias desde el otro extremo del vagón, "No pasa nada, tranquilos".
Un rato después, cuando Pablo y su madre se preparan para bajar, los dos chicos se despiden como eternos amigos sin mediar una palabra. Las dos mujeres sonríen y, guiadas por un invisible halo que derriba todos los prejuicios, consiguen encontrarse al fin:
- ¡Feliz Navidad!
- Craciun fericit!




diciembre 23, 2013

Jamás (IV)

Hace días que se ha ido sin remedio.
Sus ojos, sus manos, sus labios... ya no están, me los han arrebatado.
Nadie lo sabía, era nuestro secreto. No me han avisado, ¡cómo iban a hacerlo si no era nadie en su vida!
"Era"... Estoy hablando en pasado, ¡cómo es posible! Ella regresaba el domingo por la noche, ¿dónde está, por qué no ha venido aún?
¿Un accidente?... No, ¡por favor, ella no!
No he podido despedirme, ¡no quiero hacerlo!
¡Solo quiero que vuelva! Dijo "¡Hasta el lunes!" con su boca en la mía, no puede haber...
Recuerdos, ya no somos nada más.
Nunca volviste, siempre estás.

diciembre 22, 2013

Jamás (III)

"No puede ser, no! ¿Mi niña...? ¿Ella ha...?"
El teléfono asesina dos vidas con una sola llamada... "¡Pero, pero... no, no, no!"
El vientre que acogió sus primeros meses de vida hace veinte años es, de pronto, el abismo más negro que existe. 
Su princesa se ha ido, ya no es rey, ya nunca más será nada.
Permanecen quietos, tal vez así sea posible regresar al viernes, al momento en el cual se despedía de ambos con un beso.
El auricular ha caído, como su niña, como ellos mismos. Las miradas que intercambian son vacío, el terrible lugar donde ahora están confinados a perpetuidad.
Es imposible. Ha ocurrido.
Morir también, ¡rápido, ahora, ya!
No quieren más, solo eso...

diciembre 21, 2013

Jamás (II)

El volante se amotina de improviso. 
El coche ya no es ese amigo fiel que has mimado durante años, se ha convertido en locura.
Sientes cómo se desliza, la macabra risa que emiten los neumáticos cuanto desobedecen tus órdenes.
Pero es imposible, no puede estar pasando. Y sin embargo...
El barranco se aproxima ahí enfrente, tus insultos no sirven de nada, tampoco el aviso que lanzas a la chica que te acompaña para que se sujete. 
No has bebido, la velocidad no era temeraria, conoces esas curvas como la palma de tu mano... Poco importa ya, ahora todo es aire alrededor.
Las manos fusionadas al volante, no puedes apartarlas. El pedal de freno ahogado inútilmente bajo tu pie. 
El miedo.
¡Ladrón imprudente, tú me la robaste!

diciembre 20, 2013

Jamás (I)

El coche de pronto es peligro. 
El paisaje se desdibuja alrededor, la carretera ahora es un oscuro alud y tú estás dentro. 
No sabes qué ha sucedido para que el mundo se borre, no hay forma de escapar. Solo quedan unos segundos eternos para alcanzar el terrible vacío que se abre más allá del asfalto.
Ahora la caída es grito. 
El parabrisas anuncia un foso de terribles torturas o quizá incluso...
Tus manos se abren, hundes los pies en el suelo y notas el latigazo del cinturón de seguridad sobre tu abdomen.
No hay tiempo para las súplicas, tampoco para quienes te queremos. Tal vez todo acabe en un gran susto...
Silencio.
Adiós.

diciembre 19, 2013

Mirones

La zona centro está tomada por la Navidad. Difícil encontrar un sitio donde disfrutar de un café con calma.
A punto de darme por vencido, el luminoso del Café Madrid llama mi atención desde su atalaya. Situado entre las calles Bonetillo y Mesón de Paños, no hemos sido presentados. Así que decido probar suerte, nunca está de más añadir nuevos rincones donde extraviarse un rato a solas o con la mejor de las compañías.
Bonito salón. Mesas de mármol, columnas, pequeños apliques de luz tenue, amplios ventanales, interesante exposición fotográfica  de Madrid en las paredes... Me siento cerca de una de las ventanas y, aunque el local cautiva, el tono de las conversaciones a mi alrededor es un griterío continuo, así que ni siquiera hago intención de probar suerte con la lectura, dejaré que disfruten los sentidos.
No tardo en regresar a la mesa situada unos cuantos pasos a la derecha, dos sillas a un lado y al otro el banco que recorre esa pared de uno a otro extremo. En ella, un chico sigue llenando láminas con bocetos a carboncillo; el mármol ha desaparecido, hay diversos lápices desparramados y, sobre la superficie del banco, dos cuadernos y una bolsa de lona continúan anexionando nuevas tierras para el arte. Un momento antes, al pasar a su lado, he visto que sus dibujos son el paisaje del café, las personas y actitudes que, incluso ahora mismo, comparten el mismo espacio.
Sonrío en silencio, consciente de haber captado su mirada. Dudo entre identificarme como un compañero de vocación a mi manera, o bien, no facilitar una información que nadie me ha pedido. Decido seguir callado, uno nunca sabe si la empatía puede ser tomada por grandilocuencia absurda.
Sin embargo, o mi mueca le ha incomodado, o bien, la manera que tengo de rasgar el sobre de azúcar llama poderosamente su atención porque, un instante después, observo que ha girado su postura y, sin el menor sentido del pudor, sus ojos y su mano van y vienen desde donde yo me encuentro a la lámina. 
No sé si soy inspiración o me desafía, pero no me gusta. Quisiera una discreción mucho mayor, o un "¿Te importa que...?"; el lugar es público, sí, pero los modelos no tienen por qué ser necesariamente voluntarios. Creo que disfruta con mi evidente incomodidad. Ahora la sonrisa ha cambiado de sitio, aunque la suya no tengo duda que tiene un toque de burla.
¡Libreta y bolígrafo para qué os quiero!, acepto el duelo. De forma evidente, giro la silla hasta quedar frente a frente con el artista. Y le miro, ya no me importa convertirme en material de primera para sus dibujos, clavo mis ojos en él. La hoja espera y mi mano derecha acaricia el colt con balas de tinta... 
Sus ojos parecen velados por la sorpresa, incapaces de trasladar sensaciones al lapicero. Los dedos, fuertemente anclados a éste, son ahora tullidos extremos de una mano muda. La boca cambia su sonrisa por una gruta abierta. Una sombra escarlata aviva ahora sus mejillas y, si la luz de las lámparas no me engaña, yo diría que se acentúa a medida que las palabras respiran en mi cuaderno. Se esconde, ¿o busca recuperar el sendero marcado por sus propios trazos?, su pelo enmarañado es todo cuanto veo ahora. Nada ocurre sobre el dibujo...
Ya es suficiente, no quiero ser responsable de esterilidad alguna. Conozco sus síntomas y, lo que es peor, las graves consecuencias que provoca. La taza está vacía, es hora de irse.
"Bonitos dibujos..." y una tarjeta de La 13 sobre su mesa son mi sincera despedida.

diciembre 18, 2013

Piso

Recibidor, tres habitaciones, comedor, sala de estar, cuarto de baño, cocina y dos terrazas.
¿Vamos?...
Un perchero antiguo nada más entrar, a la izquierda, de ésos que reúnen todas las comodidades para abrigos y paraguas en su estructura de metal; espejo incorporado para revisar que todo está como debe justo antes de salir a la calle. Dos sillas en la pared de enfrente y, entre ambas, el voluminoso mueble que mantiene oculta la máquina de coser. La entrada, nunca fue recibidor, oscura y solitaria... El lugar donde, a estas alturas de año, cada noche un niño escapaba para ser hipnotizado por las luces intermitentes del árbol de Navidad que había decorado junto a su hermano.
Justo enfrente, la cocina. Estrecha y alargada, el lugar donde ese mismo niño llenaba cuatro vasos de zumo de naranja recién exprimido a diario. Armarios, nevera, quemadores de gas butano, la pila y el calentador a un lado; al otro, dos sillas escoltando una mesa plegable y, bajo ésta, la banqueta, también convertible en escalera improvisada. En uno de sus extremos, la puerta que se abre a la "terraza de la cocina", más conocida como "el cuchillo", por estar orientada al norte y ser una importante suministradora de catarros en invierno.
A su lado, la sala de estar... Sufrió cambios con el paso de los años pero, sin lugar a dudas, destaca su decoración original: dos butacas inmensas, dos sillas incómodas, una mesa baja y un mueble para la televisión. Como no podía ser de otra manera, dos de las cuatro personas que allí vivían disfrutaban de cierta comodidad frente al televisor, las otras se convertían en un escorzo. Un último detalle: en cada una de las paredes, estanterías de pequeñas ventanas que rozaban el techo donde se acumulaba una inmensa colección de botellitas de licor que nunca limpió su dueño, para eso estaban su mujer o sus hijos.
El cuarto de baño enfrente. Media bañera que no sirve para nada, el espejo donde mi corte de pelo se convirtió durante años en el de un señor mayor e hice sufrir a mi cara auténticas sesiones de tortura; nadie vino nunca a decirme "¡Basta!". Armario, bidé e inodoro para completar y el ventanuco que se abría a un patio tan estrecho y lóbrego que aquel niño evitaba asomarse.
Avanzando por el pasillo en dirección opuesta, la habitación de matrimonio. Una cama antigua con el cabecero de metal, dos mesillas y un armario de tres puertas y madera oscura, como la relación que mantuvieron durante muchos años las dos personas que compartían ausencia y reproches tras su puerta abierta o cerrada, las discusiones tenían lugar de una u otra forma.
El comedor, la estancia más grande y, sin embargo, empequeñecida por los voluminoso muebles que en ella se amontonaban. A la izquierda, nada más entrar, la vitrina; refugio de recuerdos, adornos, vajilla de ocasiones olvidadas... En la pared derecha, el aparador; cuatro cajones y, a sus pies, el mismo número de puertas. Refugio de documentos, comida no perecedera, manteles..., allí donde me avergüenza recordar que encerré mis secretos de adolescente bajo una cerradura que puso mi desconfianza. Por último, la gigantesca mesa y las seis sillas que la rodeaban; en sus tripas de estructura abatible se escondían mis soldados y yo mismo, allí al menos la niñez no perdía la batalla frente a la guerra de los adultos.
La terraza del comedor, como su propio nombre indica, se abría más allá de la puerta corredera que ocupaba la pared más alejada. Orientada al sur en este caso, aquél fue el jardín de mis noches de verano.
Y queda una habitación: la de dos hermanos y sus literas, armario que ocupaba buena parte del espacio, solo una mesilla y el escritorio abatible con cuatro cajones en la parte inferior. Yo dormía abajo y en el colchón de arriba estaba mi héroe, a quien yo quería seguir a todos lados, cuatro años más de grandeza absoluta. Luego... todo fue kryptonita, un mineral imaginario, como ojalá hubieran sido tantas cosas entre los dos y que acabó fulminando al héroe.
Varias estancias, cuatro personas bajo un mismo techo que llegaron a perderse de vista por completo. 
Durante la mayor parte de mis primeros veintiséis años, la casa donde habité, más que un hogar, solo fue el retrato de un piso.

diciembre 17, 2013

Pasos

Amanece a traición. el cielo todavía son sábanas cuando la vida irrumpe de un tajo, convertida en tango arrabalero.
¿Cómo decirles lo ocurrido?...
A ellas, que anoche renunciaban al descanso solo para recordar cada uno de los momentos vividos hacía un rato, que me nombraron confesor secreto de sus emociones, que me empujaban a unirme al resto aun sabiendo de antemano la respuesta.
¿Cómo explico yo a mis botas que los zapatos de baile hoy están tristes?
Los de tacón y cintas cruzadas sobre el empeine, los negros de puntera chata, los marrones de piel arrugada, las botas de media caña, aquellos que parecían unas cómodas deportivas..., se han quedado inmóviles. De pronto, son anclas y no alegres cascabeles.
Con cuidado, silenciando mis movimientos, salgo de la cama. No enciendo la luz, una cercana farola se convierte en cómplice: todavía duermen, el timbre del teléfono no ha logrado despertarlas. Regreso a la habitación, soy tristeza, ahora necesito estar solo. Después, no quedará más remedio que hablar...
... No lo aceptan, se rebelan, solo quieren abrazar a esos que ocultaban parcialmente sus tacones con unos calentadores negros. Porque hoy, de nuevo, sufren la cruel llegada de lo inevitable; alguien muy cercano también se ha ido lejos. 
Las botas rechazan mis súplicas, no quieren salir a la calle, sino contemplar el inmenso espejo donde esos zapatos abrazaban al resto, guiaban sus movimientos, les hacían sentirse ligeros... Una promesa les hace ceder al cabo de mucho rato: repasar a cada instante los detalles de esa clase donde ayer fueron oyentes y testigos de Amistad, Cariño, Compañía, Esfuerzo.
Así ha transcurrido el día. Cada paso que han dado ha sido pensamiento, abrazo eterno, besos de lágrimas saladas. Aun habiendo caminado, mis botas no han sentido el suelo, han permanecido ausentes.
Ahora, en casa de nuevo, se siente exhaustas. Una sola súplica llenará pronto su sueño: que regrese la bachata para esos zapatos únicos.

diciembre 16, 2013

Arena

A primera hora de la tarde, el sol de verano cae sobre la ensenada. Pequeño rincón de tierra en permanente batalla con el mar, el abrupto y escondido camino que desciende hasta ella es garantía de retiro y tranquilidad.
En este momento, después de una mañana llena de juegos, carreras, castillos, cubos y palas, baños en la orilla..., la niña dormita. Su mejilla izquierda se hunde en la toalla, el suave oleaje le susurra sueños, la vida es quietud para no despertarla. 
Tiene cuatro años y su cuerpo, hasta hace un momento torbellino inagotable, se asemeja ahora al de una marioneta deslavazada, brazos y piernas dibujando ángulos imposibles para el descanso. El pelo enredado de risas y la piel salada, no hay lugar para nada que no sea despreocupado disfrute. El bañador fucsia es la niñez reclamando su absoluto protagonismo sobre el paisaje. Su boca entreabierta muestra el adiós de algunos dientes de leche y permite el desbordamiento de un fino río de saliva. Su rostro es paz, abandono, porque no hay otro lugar en el mundo donde pueda estar mejor...
A su lado, no puede verle la cara, un hombre mantiene su mirada fija en el horizonte, quizá imaginando el futuro de la pequeña, tal vez solo deleitándose en ese instante eterno. Su mano, suave cadencia circular sobre la espalda, vela el descanso y, de vez en cuando, aparta el rastro reseco que las algas han dejado impreso sobre el cabello. Permanece alerta, dispuesto a enfrentarse a cualquier detalle que pretenda irrumpir en la escena, no importa si es un maremoto o un simple cangrejo, él está allí para vencerlos. No hace ningún ruido, sus movimientos son apenas perceptibles y, aun cuando el sopor continúa empeñado en hacerle caer víctima de su influjo, resiste impasible.
Los dos, ahí tirados, son la imagen perfecta del amor y la confianza absoluta.
Todos los demás, quienes compartimos con ellos este vagón de metro, solo somos el atrezo de la realidad. Grises, horarios, absurdas disputas, alegrías escasas..., nuestras miradas permanecen fijas en esa pequeña cala donde un padre acuna sobre el hueco de su hombro a su hija, agotada después de otra emocionante jornada de descubrimientos en la guardería. Recuerdos de momentos similares que ya quedaron atrás, ternura, sana envidia nos invaden, porque únicamente podemos observar, el acceso está vedado a cualquier extraño.
Llegará un tiempo en el cual las mareas de la vida oculten esa playa. La pleamar de la niñez primero y, más tarde, el tsunami de la adolescencia arrasarán el mundo que solo ellos comparten. Sin embargo, algunos años después la arena volverá a posarse y, aun cuando nunca regresen al mismo lugar, los dos revivirán una y otra vez cada uno de esos largos abrazos. El amor nunca se ahoga en edades.
Ahora deben irse, el altavoz acaba de anunciar la estación donde vuelve la rutina. De forma apresurada y un tanto milagrosa, el hombre llega hasta la puerta sujetando su maletín, la mochila de la niña y a ésta, todavía escondida en la playa de sus brazos. Un pitido suena y la pequeña abre un instante los ojos; confundida por el vaivén de los primeros pasos y dispuesta a retrasar cuanto sea posible el regreso, afianza sus pequeñas manos sobre el cuello, y sus piernas, colgando más allá del abrigo rosa, se cierran aún más sobre el torso de su padre... Apenas un segundo más tarde, su mejilla vuelve a deformarse.
El tren echa a andar, la vida se impone nuevamente para todos. Solo dos afortunados continúan viviendo su eterno verano.


diciembre 15, 2013

Talla

Un cumpleaños muy cercano a las fechas navideñas me trae aquí. Grandes almacenes, planta especializada en prendas juveniles y, además, domingo.
Semejante combinación siempre llevaría implícita una pequeña multitud a mi alrededor... En esta época, la multitud no admite ningún diminutivo, es total.
Como en esos documentales de naturaleza, cuando abandono el monótono sendero de las escaleras automáticas, mis ojos contemplan un complejo entramado sin orden aparente, como el de un hormiguero o un panal, donde un gran número de elementos deambulan de un lado a otro sin parar. Sin embargo, al igual que ocurre en aquéllos, aquí todos tienen asignado su propio papel.
Compradores que proporcionan alimento en forma de dinero, dependientes-recolectores al servicio de éstos y del negocio, visitantes de paso o larvas de futuros compradores, invasores dispuestos a aprovecharse de las aglomeraciones y personal de seguridad que intenta evitar su acceso a este microcosmos.
¿Qué soy yo?, un extraviado que necesita convertirse en comprador. Lamentablemente, la selva de perchas que me rodea viene complicando mi acceso a esa categoría. Colores, formas y precios de todo tipo, por no hablar de sus diferentes tamaños. Complicada elección; no traigo en mente ninguna prenda concreta y, cuando ya creo haber pasado por la sección de una marca concreta por tercera vez, me empiezo a desesperar.
- Buenos días, ¿quiere que le ayude?
Mi desconcierto debe resultar muy llamativo pues, según tengo entendido, los dependientes de esta organización suelen dejar absoluta libertad al posible cliente y tan solo intervienen en caso de necesidad. Acepto agradecido, ¡menos mal!
Chaquetas, camisetas, anoraks..., todo un abanico de posibilidades que abre ante mí una guía encantadora. Atractivos cuarenta, su sonrisa franca todavía lo es más, maquillaje perfecto, sus palabras, "Ésta queda entallada en la cintura, si es ancha de caderas... Para los días de lluvia, si hace frío no... También la hay con el fondo negro...", desbrozan la maraña de dudas que me plantea cada una de las prendas. Todavía no me decido...
"Este corte se lleva muc...", sus palabras enmudecen y la atención de los dos es captada por un grupo de cuatro chicas que acaba de irrumpir en la sección de los trajes de fiesta. Excitadas por el sueño de lucir uno de esos modelos en la última noche del año, tres de ellas intercambian uno tras otro frente a la columna de espejo; sus risas estridentes, sus comentarios punzantes, "Si Óscar no se decide... otro lo hará", el desorden que siembran en los expositores, nublan la simpatía de mi salvadora. La cuarta, en cambio, permanece inmóvil y un poco apartada del resto; sonríe porque su edad y las muecas de sus amigas así se lo imponen, pero en su rostro también hay tristeza...
Aquélla que despierta su complejo de inferioridad. Con un sobrepeso evidente, ni siquiera hace el intento de probarse ninguno de esos vestidos que sus amigas desechan, "¡Me está enorme, se me ve hasta el alma!", porque sabe que todos son demasiados pequeños para ella. Es posible que haya propuesto ir a otro lado, un lugar donde no tener que soportar el martirio de sentirse desplazada, pero las minorías raras veces cuentan. Mientras el desfile continúa, sus ojos muestran la derrota de quien no se encuentra en ninguno de los ideales belleza que la sociedad persigue y acepta.
- ¿Y ése? -regreso a mí mismo cuando descubro un jersey de cuello alto.
- Una preciosa caricia, pura lana. Si no le resulta caro... es perfecto
Lo es, perfecto y también caro, pero me lo llevo.
- Muchas gracias, sin usted... -le digo a punto de irme en señal de agradecimiento- ¡Y tenga paciencia, pronto se irán! Su amiga lo está pasando fatal, ¿cómo no se darán cuenta?
- Porque nunca la han mirado en realidad...
La respuesta me parece sabiduría auténtica, triste pero incuestionable; como si ella misma o alguien muy cercano hubiese padecido algo similar.
- Si se pudiese hacer algo, pe...
- ¡Se puede, claro que se puede!... ¿Quiere verlo?
Y en efecto: mis ojos contemplan cómo se desplaza hasta la sección masculina y, una vez allí, le dice algo a uno de los jóvenes con aspecto de modelo que promocionan las prendas de una conocida marca. Un instante después, tras lograr el asentimiento del chico, señala hacia el epicentro de la pena.
- Ahora verá... -me dice con una sonrisa triunfal y traviesa junto a la caja donde espero el desenlace de tanto misterio- ¡Se van a enterar ésas!
Cuando el apuesto joven exhibe su mejor sonrisa y, orgulloso de la admiración que despierta en las otras tres, se dirige a la amiga olvidada, "Hola. Si no ves nada que te guste, mi compañera -señala en nuestra dirección- puede ayudarte... Y después me cuentas, estoy allí", ésta parece despertar de un aterrador letargo. De pronto, vuelve a ser una adolescente.
Me despido, ahí vienen. Antes de irme, le pregunto cómo hace para descubrir tan fácilmente la altura moral las personas...
- Sumo respeto y sencillez, resto altanería y mala educación... ¡Y ya está!, nunca falla.



diciembre 14, 2013

Verdades

La hora de cierre se aproxima y varias parejas se agolpan frente a la entrada de la ludoteca. Hoy sábado, dos o tres horas de diversión para los niños que, probablemente, han sido aprovechadas en muchos casos para ayudar a Papá Noel y los Reyes Magos en su ingente labor. 
Con la ayuda de esas cartas que nunca llegaron a ningún buzón, habrán recorrido arriba y abajo los pasillos de los hipermercados. Me pregunto cuál será este año el "juguete imposible", ése que ya llevará agotado varias semanas, "Esperamos recibir varias unidades en próximos días, pero no sabemos cuándo...", no importa cuántas tiendas les haya dado tiempo y ganas visitar... Después, el importe final y los suspiros de resignación frente a las cajas, para terminar con la prisa de esconderlo todo en casa y "No te entretengas más, que ahí no alcanzan y no llegamos...".
Ahora, mientras aguardan, les imagino soñando con la posibilidad de una tregua justo después de comer; una siesta reparadora en el sofá, una cabezada al menos, no importa que los niños vean otra película o jueguen un rato más con el ordenador, solo un rato...
Junto a todos ellos, pero algo más apartados, estamos los miembros del voluntariado. Abuelos, tíos, amigos..., ese soporte humano casi imprescindible en una sociedad que demanda savia nueva de forma constante, pero abandona a los nuevos padres a su suerte. Yo mismo, sin ir más lejos, he venido a buscar a Diego, el hijo de una amiga; ella está felizmente sometida a los vaivenes de horario que le exige un contrato eventual en estas fechas navideñas, hace meses que fue despedida y no ha habido suerte hasta ahora, pero no puede multiplicarse y el padre del chico no cuenta, hace tiempo que se fue.
A mi lado, una pareja de ancianos que observan con recelo esa puerta y cuanto sucede a su alrededor, tal vez contrariados porque su nieto ha pasado la mañana al cuidado de unos perfectos desconocidos en vez de con sus abuelos. Sus ojos inquietos muestran la incomprensión frente a unos usos y costumbres tan distintos a aquellos que marcaron su propia paternidad.
Finalmente, la puerta se abre y, de forma inmediata, se produce un movimiento sísmico que nos hace avanzar a todos en esa dirección, como si los niños pudiesen evaporarse si no son reclamados al instante. En el umbral, de forma alternativa, dos cuidadores se aseguran que cada uno es recogido por sus padres, o bien, por las personas que hemos sido debidamente autorizadas. Vestidos con las camisetas corporativas de la institución que patrocina la actividad, un beso y un globo sellan su particular tratado de amistad eterna con cada uno de los pequeños.
Pero llaman la atención por algo más. El chico luce una voluminosa maraña de rastas y un llamativo dilatador en el lóbulo de su oreja izquierda; ella lleva el pelo teñido de azul y un piercing en forma de aro atraviesa una de las aletas de su nariz.
Apenas les han visto, los abuelos han mudado su expresión del asombro al rechazo más absoluto. La indignación es patente en sus rostros, como si esperasen con total seguridad que su nieto hubiese sido contaminado por la misma extraña enfermedad que padecen esos... ¿les habrán llamado fantoches?.
Impaciente y decidido a rescatarle cuanto antes, el hombre empieza a abrirse paso a trompicones entre quienes están más próximos mientras masculla "¡Será posible... qué pintas! ¡Menudo ejemplo!". La voz de quien puede anticipar sin equívoco sus reacciones al cabo de media vida juntos trata de apaciguarle a su espalda, "Fede, Fede...", al tiempo que sus ojos se excusan sin palabras.
- Mi nieto, ¿dónde está mi nieto? -le espeta al chico sin saludo previo y orgulloso de sí mismo por ese arranque de genio que el resto recibe con desconcierto.
- Hola, buenos días -educación, serenidad, sonrisa sincera de quien parece acostumbrado a enfrentarse con actitudes similares-. ¿Cómo se llama su nieto?
- Javi... Javier, se llama Javier. Yo soy su abuelo -añaden los nervios de forma totalmente innecesaria.
- ¡Ah... sí! -el viejo parece dispuesto a cogerle del cuello y preguntarle qué quiere decir con esa expresión, pero la mano de su mujer en el antebrazo le contiene- Ahora mismo sale.
La chica extraterrestre, consciente de la tensión que se palpa en el ambiente, decide interrumpir su labor y aguarda el regreso de su compañero. En realidad, todos lo hacemos, expectantes. Al cabo de un minuto, la sonrisa de un niño llena el vano de la puerta, su mano enlazada con la del cuidador.
- ¡Hola, abuelo! Este es Saúl y esa -dice señalando con el dedo índice de su mano libre- Mara... ¿A que molan? ¿Pueden comer en casa, pueden, pueden...?, es que viven lejos y luego esta tarde hacen teatro y, y...
No se oye, tampoco puede verse, pero una inmensa satisfacción nos invade a todos. Sonrisas tímidas, algún que otro comentario arriesgado, "Pensaría que se lo habían comido...", y la respuesta que, sin duda, merecen esos chicos.
- Bueno... -pide ayuda con sus ojos a la abuela y la encuentra, como siempre- Sí, sí, que vengan.
- Otro día Javi, de verdad, tenemos que recoger todo esto y no vamos a tener tiempo... Pero gracias, y a ustedes también. ¡Hasta otra!
Ahí está Diego, trae un... no sé qué trae en la mano, pero seguro que se ha divertido mucho haciéndolo y ahora me explicará de qué se trata.
Mientras se despide de Mara con un beso, yo desvío la mirada hacia aquellos que Javi sigue lanzando a Saúl en la distancia.

diciembre 13, 2013

Motivos

La puerta se abre y el bullicio del restaurante me alcanza de nuevo. Ni siquiera aquí, en el baño, es posible escapar del todo. Si llego a saberlo antes...
Pero he llegado pronto. Solo estaban ocupadas dos o tres mesas, charlas de inofensivo volumen entre los comensales, y el steak tartare de este sitio siempre es una tentación para un pecador.
Al cabo de un rato, cuando los camareros han empezado a organizar el esqueleto formado por la unión de varios tableros, la preocupación ha empezado a rondar la silla que tengo enfrente. He tratado de animarme pensando que, tal vez, adelantaban trabajo para el día siguiente. Por desgracia, cuando he visto la premura con la cual repartían cubiertos, servilletas, copas..., aquélla ha tomado asiento sin invitación alguna por mi parte.
La carne magnífica, su preparación todo un espectáculo y el vino masaje tailandés para los sentidos. Las casi treinta personas que me han obligado a ser partícipe de su cena de empresa, mesías y apóstoles del horror. No he podido evadirme, reconozco padecer una grave incapacidad para lograr que estas situaciones no me afecten.
Comentarios que son gritos, grupos perfectamente estructurados, sitios que se luchan a brazo partido, miradas de evaluación continua, tirana cita disfrazada de hermandad. Yo apenas le echo azúcar al café pero, antes de saborear uno demasiado amargo esta noche, he querido recobrar un poco el sosiego espiritual.
Ni eso me van a dejar...
- ¿Has visto a Mario...?, ¡menuda lleva encima ya!
- Pues como todos los días, así nos va... ¡La que está impresionante es la Marimar!
- ¡Ésa tiene el punto de mira puesto en quien lo tiene...! Ahí no hay nada que hacer.
- Bueno, bueno, todo sería intent... ¡Quién coño es ahora!
El sonido de un teléfono móvil interrumpe la bucólica escena. Por un instante dudo, ¿abandonar la intimidad de mi cubículo ahora, o bien, evitar el tropiezo con una imagen comprometida del gentleman que responde ahí fuera?
- ¿Pasa algo?... ¡Pues en plena cena, dónde quieres que esté!... -imagino una seña que le dice  al otro "Ahora te sigo" porque el escándalo llega y desaparece fugaz- ¿Qué te pasa, estás ahí? ¡Eva, Eva!
A mí me dan ganas de gritar también su nombre, lo que sea para que responda ya y la charla regrese a un tono normal, o mejor aún, se termine cuanto antes. Empiezo a arrepentirme de no haber seguido los pasos de su compañero, camuflado en la confusión de esos primeros segundos de mala cobertura.
- ¿Y por qué no me hablas, entonces? -al parecer la cobertura es perfecta, algo pasa-... ¡Eva!, ¿se puede saber qué...? ¿Cómo?... ¿Pero a qué viene eso, qué pasa...? Eva... no...
El tono de su voz ha ido cayendo como una pésima inversión en bolsa. Mis ojos se clavan en las pintadas de la puerta que me sirve de parapeto, pero ahora ya no las leen, intentan inútilmente atravesar la madera. Al otro lado, apenas unos pasos más allá, un hombre se derrumba en su propio silencio y yo sigo sin saber qué hacer.
Imagino su traje cansado tras un día más largo de lo habitual, el nudo de la corbata rendido, la llamada del espejo y esa lucha por rehuir su propia imagen, sus ojos indagando alrededor, mis pies se recogen en un acto reflejo, para asegurarse que nadie más es testigo de ese instante...
- No... No puedes dejarme, estoy en el servicio... ¿Eva?
La razón argüida parece sacada de un chiste pero, cuando alguien se rompe, la lucha por evitar que los pedazos se dispersen admite cualquier clase de adhesivo. Incluso yo, en una absurda muestra de camaradería espontánea, estoy dispuesto a aceptar de buen grado todos los gritos de ahí fuera si al final todo se arregla, si acaba en una falsa alarma.
- ¿Has vuelto a verla, verdad?... ¡A quién va a ser, a la puta de la psicóloga! Estabais de acuerdo desde el principio, ¡es que lo sabía, a mí no me habéis dado!... ¡Y una mierda!... ¡No me vengas otra vez con el rollo del maltrato, Eva, no me jodas!, eso ya lo hemos hablado y punto... Sí, claro, ella te dice que eres estupenda en todo, la mejor, ¡y te llena la cabeza de pájaros!... ¿Qué?...
Ahora al fin empiezo a verle, la puerta ya no es impedimento aunque continúe cerrada. Ojos inyectados en rabia, manos crispadas arañando el pelo, la máscara de la incredulidad y una sombra de miedo cada vez mayor bajo los párpados, el deseo de venganza y Marimar a la altura de su entrepierna.
- ¡Eso son chorradas!... ¡Pues porque no, porque tú no vales! Te lo he dicho muchas veces: cada uno a lo suyo y tú no puedes aspirar a... ¡Sí, claro, estudiando... eso no te lo crees ni tú!... ¿Cómo?, de eso nada, mañana hablamos y... ¿Ah, sí, de verdad...? ¿Pues sabes lo que te digo?, ¡que mejor! ¡Que se acabó, que esta misma noche voy a tirarme a una tía de verdad! ¡Y a ver si encuentras otro inútil como tú que te aguante!...
Un sonido violento pone fin a la conversación, probablemente el secador de manos ha sido su siguiente víctima. "¡Zorra, zorra, zorra!" y el grifo de agua abierto es cuanto deja atrás. Todavía espero unos segundos, necesito asegurarme que el portazo me ha devuelto a la ansiada soledad.
"Café solo, muy caliente... Y un bourbon, vaso bajo y sin hielo", pido al camarero... Hay mucho que celebrar.



diciembre 12, 2013

Callado

La calle es un póster cuando suenan las primeras notas, nada se mueve.
Me paro un instante, mis pies se transforman en una de esas diligencias del lejano oeste y ceden ante el inesperado asalto. De pronto, tengo la sensación de haber irrumpido en un set de rodaje y, no puedo asegurarlo, pero creo que algo similar les sucede a quienes me rodean...
Fuencarral, el sol del mediodía arropa y la mítica "Satisfaction" rompe el aire. El potente sonido de una guitarra eléctrica arrebata a esta vía su condición peatonal y la convierte en inmóvil.
Ahí plantado, como una repentina aparición, un chico hace galopar sus manos sobre el mástil y las cuerdas. El amplificador a sus pies hace el resto: la realidad cae hipnotizada. No le había visto; no sé si acaba de llegar, o bien, hace rato que inyecta adrenalina a la mañana. 
Alto, delgado, pantalón vaquero rojo, chaqueta de cuero, botas de sueños gastados... Su pelo entrecano es una jauría de acordes, el rostro sombra bajo la barba rebelde, sus ojos dos pozos de agua estancada. Cuando coinciden con los míos, al final he decidido olvidar dónde y cuándo debía estar ahora mismo, me confiesan que ésa no es una canción, es su vida.
Poco a poco, aumenta el cerco a su alrededor. Personas que, como yo, consiguen esquivar a la rutina con la ayuda de ese arcángel caído o bienaventurado por la música.
Concentrado exclusivamente en su guitarra, ha escuchado paciente los tímidos aplausos que le hemos dedicado y, sin decir nada, sus dedos empiezan a suplicar por el amor de una chica... "Layla".
Parece buscarla, pero no entre las caras que le observan, quizá en otra ciudad, incluso en otro tiempo. Pero no volverá y lo sabe; la melodía de su cuerpo solo puede ser recuerdo, no importa las veces que esas cuerdas griten cualquiera que sea su nombre.
Algunos se marchan sin más, sin el menor rastro de una moneda a su espalda, cobijados en el anonimato de su propia miseria. No hay ningún cartel pidiendo ayuda, tampoco un sombrero a sus pies y la funda de la guitarra permanece amordazada por sus cierres..., las excusas nunca faltan. 
El chico se da cuenta, claro, el frío de las aceras agudiza los sentidos, pero no se inmuta... Salvo por esa tímida mueca que asoma a sus labios un segundo antes de empezar a tocar de nuevo.
Comienzo mítico, inconfundible, los recuerdos consiguen que el eco de una voz lejana y una batería acompañen... "Money for nothing", ironía a raudales y ahora, al fin, su sonrisa se abre y el aplauso de todos es un grito unánime.
Antes de irme, la rutina nos ha encontrado al fin y coloca nuevamente sus grilletes, deposito todas las monedas que llevo en sus manos. No es mucho, es cuanto tengo. 
No dice nada, soy yo quien le da las gracias... La pasión no necesita palabras.

diciembre 11, 2013

Mañana

Nunca se está preparado porque nunca se quiere estar.
Los indicios, ¿son mentiras de esperanza o verdades para olvidar? La edad, los partes médicos, la cruel enfermedad... ¿de qué sirven frente a los sentimientos?
Hoy, José se ha marchado lejos. Y su frágil memoria ya no puede recordar el camino de regreso.
La Bondad se ha extraviado sin la brújula de sus pupilas, la Alegría es un eufemismo enfermo de depresión y, derrotado en una silla, el Amor es soledad.
Quedan los recuerdos, claro, eterno tesoro de quienes le quieren. Pero también son dolor, ausencia, tristeza infinita...
Yo no llegué a conocerle, la vida me negó ese premio. Solo tengo una fotografía que me ha regalado la Amistad.
Y no hago más que mirarla.
Sus ojos de porcelana dicen "Jamás olvidaré cuánto os quiero" a su mujer y a su hija. Los labios son una fina línea curva, la sonrisa de los besos que les dio. Cada arruga de su piel, una vida entera a su lado... Y hay algo más, una sola palabra que repite sin cesar: "Mañana".
El lugar donde les esperará cada día. No quiere que se detengan, que sus vidas encallen en la pena o acaben hundiéndose por el lastre excesivo de los recuerdos.
No será fácil, pero él las guiará... "Será como esos paseos que dábamos los domingos..."
Hoy, La 13 no hace un retrato, se embellece con la imagen de un hombre excepcional.
¡Hasta mañana, José!

diciembre 10, 2013

Mago

Una cena especial comienza por la compañía y continúa con los platos y bebidas escogidos para la ocasión.
Lo primero resulta fácil; uno no abre la puerta de casa a alguien que no siente suyo. ¿Para lo segundo?... Mercado.
Maravillas es para mí el recuerdo de la compra asociado a unas gafas. Cuatro Caminos no era nuestro barrio, pero allí estaba la óptica que una amiga le recomendó a mi madre cuando el oculista diagnosticó que mis ojos necesitaban ayuda. El pequeño comercio, situado en el patio interior de una casa, tenía tres o cuatro vitrinas con los diversos modelos disponibles, nada que ver con los murales que hoy en día se exhiben; dos sillas frente a un breve mostrador y aquel olor inconfundible a elegancia embotellada. Alonso, así llamaba el dueño del local, consiguió con su infinita paciencia que aquel niño de seis años aceptase la imposición de ese extraño elemento en su cara.
Una vez terminada la visita, solo había que cruzar la calle para aprovechar la ventaja que suponía aquel primer esbozo de centro comercial: llenar las bolsas sin desplazamientos. Negocios a uno y otro lado en las diversas plantas, un gran bazar de comida al alcance de las amas de casa. Después, para premiar la paciencia de sus hijos, siempre había un chocolate con churros en el Rubí situado en la glorieta donde paraba el autobús que nos llevaría a casa...
Esta tarde, los pasillos del mercado son apenas una caricatura de sí mismos. Muchos puestos están vacíos y la decoración navideña parece fuera de lugar; sus dueños adormecen la tarde hablando de lado a lado, o bien, se afanan en disponer sus productos de la forma más atractiva posible. Probablemente, los viernes por la tarde y las mañanas de los sábados le devuelvan el aspecto que yo mantengo vivo en mi memoria. Aún así, me pregunto cuánto tiempo podrá resistir frente a las nuevas costumbres que ha ido imponiendo el ritmo de vida actual.
El número que cojo en la pescadería, "la vez" descansa ya en el mausoleo del antiguo comercio, es magnánimo: solo hay tres mujeres delante. Y una única persona despachando, es cierto, pero la habilidad que muestran sus manos me sirve para pensar que tendré tiempo de sobra para prepararlo todo en casa.
Un hombre alto, fibroso, el cuerpo oculto bajo varias capas de ropa y un delantal de hule. Calculo que aún no ha alcanzado los cincuenta, su rostro de facciones traviesas me ayuda. Rubio, piel rosada y ojos de mar azul claro. Con ellos, mientras escama una pieza, parece evaluar a quienes aguardamos la llegada de nuestro turno, como un faro alumbrando las posibilidades de venta.
Frente a él y en animada charla, dos señoras pasan revista a vidas ajenas y, al final, acaban exponiendo las suyas sobre la lona... "Este año ya veremos... Mi Carlos dice que mejor en su casa, que luego aquí no hay sitio para todos... Yo creo que es ella, que le tiene harto con tanta queja", confiesa una mientras repasa con la mirada los precios que marcan los carteles. "Nosotros como todos los años, la Carmen en Nochebuena y p'a la otra vendrá Pablo con la familia... ¡Menuda me espera!, porque luego nadie echa una mano, ya sabes...", añade la otra con cierto tono de tragedia. Un poco más apartada, la joven de rasgos sudamericanos permanece ausente, sus ojos clavados en la cama de hielo y hojas de lechuga donde descansa la mercancía, quizá decidiendo qué comprar.
- ¿Qué más le pongo, reina? -el piropo son años de experiencia, claro, pero conserva frescura, simpatía y él sabe que les encanta.
- ¿Más...? Quita, quita, que eres un liante y luego la cuenta...
- ¡Mire qué merluza tengo, mire cómo brilla! -le tienta levantando una pieza- Aquí, la señora se la llevó el otro día, ¿verdad?... Dígale a su amiga cómo estaba...
Experto pescador, el anzuelo de la envidia nunca falla. Dispuesta a igualar a su vecina, aunque sea con cierto retraso, al final son tres rodajas, una cola para la sopa y la alegría de haber hecho una buena compra, todo eso se lleva.
- Usted dirá... Los boquerones son de esta misma noche.
- Por el precio que tienen, vendrán del mar del Japón... -la madre de "la Carmen" evita la primera red que le lanza- ¿Solo tienes esos gallos?
- Hoy sí, mañana irán mejor... ¿Y un par de doraditas?
- Es que se suben mucho, "Rubiales"
- ¡Pero mujer, qué cosas tiene! Ahora mismo le escojo yo un par de ellas terciadas y ya verá como no... Ahí están, ¿lo ve? -en apenas unos segundos, los dos ejemplares pasan del mostrador a un papel, de ahí a la báscula y, sin esperar la respuesta, empieza a limpiarlas.
- No, si al final tiene que ser lo que tú digas...
- Si es que merece la pena, hágame caso... Esta noche, cuando estén chupándose los dedos en casa, verá cómo me lo agradece.
Le llega el turno a la chica, "Dos pescadillas pequeñas, por favor", su actitud cambia. Serio, concentrado, no ofrece nada distinto, sus manos solo rebuscan dos ejemplares que se ajusten a la anemia que, a mí también me parece, sufre este nuevo bolsillo.
- ¿Así...? -el papel sobra por todas partes cuando muestra su captura- Pero es que esto no te da para casi nada, ¿te busco alguna más?
- No, no, gracias. Así está bien, yo me arreglo... -responde apocada.
- ¿Y los críos, qué tal van? -le pregunta sin insistir más, mientras empieza a limpiarlas.
De nada sirven las súplicas, "No se moleste, por favor, no...", porque una vez ha marcado el precio en la báscula añade cuatro o cinco más al paquete, "Para que metan muchos goles tus pequeños..."
- Hay que ayudar a unos con los otros, no hay más remedio -le dice a mi rostro emocionado cuando nos quedamos solos-... Desde lo quince años detrás del mostrador, uno ya sabe quién puede y quién no... ¿Qué le pongo?
Un atún excelente, gratitud y la promesa que me hago a mí mismo de regresar a menudo, ésa es mi compra de hoy.
La cena será inolvidable, estoy seguro. En ella recordaré a ese hombre que no necesita ser Rey, lo suyo es repartir magia.


diciembre 09, 2013

Viejita

El tiempo en que los pasos se acortan. 
La vejez, jugadora experta, tiene sus propios recursos para alargar su presencia en la mesa de la vida. Uno de ellos, recorrer esos últimos años sin prisa; los pies aferrados al suelo, con ese frágil arrastre que procura retardar el momento inevitable.
La planta baja de la residencia para ancianos se ilumina hoy por la mañana con la claridad del frío otoñal. Es lunes y, aunque ese dato aquí pueda parecer irrelevante, nada más lejos de la realidad. Eso significa ausencia casi total de visitantes; la compañía, los encargos, las sorpresas y, lo más valioso, esos besos que curan la soledad, hoy no vendrán. Los pasillos vuelven a ser silencio, achaques, miradas opacas de tantos recuerdos.
Como siempre hay excepciones, mi amigo ya está preguntando por su madre en el mostrador de recepción. Han pasado varias semanas desde la última vez. El tiempo es un bien escaso; el trabajo absorbe buena parte y el resto, bueno, se escapa fácilmente. Las obligaciones, el cansancio, el ocio sin más, el olvido interesado... poker de coartadas para que la conciencia se adormezca.
En su caso, además, el inesperado e incomprensible abandono que encontró como respuesta a un grave problema personal ha anestesiado sus sentimientos, condenándole a transitar por un páramo de ausencia. Hoy, por fin, ha dejado de dar vueltas en círculo sobre esa tierra yerma y no ha querido esperar ni un día más. ¿Yo?, le acompaño, solo le acompaño; sus emociones, tanto tiempo amordazadas, están fuera de control y me preocupan las sobrecargas.
"Hay que esperar...", me informa con la voz rasposa de desilusión. Al parecer, ha sufrido una leve caída hace unos días, "Nada grave" se apresura a añadir más para apaciguar su conciencia que para dar respuesta a una pregunta que no me ha dado ocasión de formular, y le están practicando una nueva cura en la sección de enfermería. Se siente culpable, lo veo en su rostro; como si esa lejanía que ha necesitado mantener hubiese propiciado en cierto modo el accidente. Sentado a mi lado, ahora es silencio impaciente, ojos en el suelo, manos que abrazan con fuerza sus brazos para no caer vencidas.
- ¿Y cómo era antes? -le pregunto, tratando que se suba al bote salvavidas de los buenos recuerdos.
"Ella nos sacó adelante...", empieza a decir desde muy lejos... De pronto, su voz es un misterio que hipnotiza y dibuja a una mujer que, al cabo de muchos años de dedicación exclusiva a su marido e hijos, tuvo el valor de salir a la calle para buscar el dinero que pusiera sobre la mesa un trozo de pan. Sin apenas ayuda, un parado malherido en su hombría y dos chicos en la egoísta adolescencia, limpió y organizó otras vidas para salvar la de su familia.
Y puedo verla de una habitación a otra de la casa, cantando esas coplas que adornaron tantos bailes en su juventud. Riñendo a dos niños que pisaban el suelo recién fregado, examinando sus notas escolares, planchando en la cocina las tardes de invierno con la única compañía de aquel serial radiofónico, cada vez más sola a medida que su matrimonio viraba hacia el naufragio y sus hijos, el único motivo al cual supo aferrarse para seguir, volaban cada vez más alto... El día que no fue capaz de verles sobrevolar su cielo, ella misma se perdió.
Llegó la derrota, el egoísmo, la desesperación, el desvarío que reclamaba la presencia constante de sus "pequeños". La soledad más profunda, aquella que uno siembra a su alrededor. Y, finalmente, el retiro a este lugar; la valentía de alejarse para liberar a quienes más quería de ese anhelo imposible.
El silencio se impone de nuevo, mientras contemplamos el retrato de una gran mujer. Imperfecta, como todos los somos; incapaz de aceptar un destino que nunca creyó merecer. Una mujer que amó con locura y, a cambio, recibió amor cuerdo sin detalles. Una madre excelente, la mejor, que pretendió que mi hermano y yo jamás abandonásemos la tierra de la niñez.
Mi amigo, ese niño que un día fui, hoy me ha traído hasta aquí para que regrese a su lado, para que le diga cómo he comprendido al fin, para decirle que el adulto en quien me he convertido jamás la dejará sola.
Atravieso el pasillo para ir a su encuentro. Cuando sus ojos cansados me alcanzan, los dos somos alegría y, de pronto, las palabras no hacen falta. El bastón que le sirve de apoyo tiembla en su mano, la emoción pinta su rostro... Sigue siendo la más guapa del barrio.
"Te quiero mucho, Mamá", repite sin parar la sucesión de besos que le doy.

diciembre 08, 2013

Signos

La timidez, si cae enferma, puede acabar convertida en exhibicionismo.
- ¿Seguirán?
- El miércoles lo sabremos...
Tiene razón, no hay otro remedio sino esperar. De pronto, me siento un poco desilusionado; mi duda quería ser liberada de los signos de interrogación, por eso ha dejado de ser pensamiento y se ha convertido en palabra. Pero no hay caso, Marcos tiene razón.
La barra del Kramer nos separa y, mientras las primeras sombras comienzan a cercar la Plaza de las Comendadoras, yo regreso a mi silencio y él continúa alineando el pequeño ejército de vasos, copas y botellas que dentro de un rato desfilará entre los habituales del local. Ahí enfrente, concentrado y meticuloso, le imagino repasando el papel que dentro de pocas semanas le devolverá al escenario, el infinito donde le he visto transformase en alegría, dolor, pasión, desprecio, sueños, ira, ambición, bondad... El milagro de ser Actor.
- ¿Tienes por ahí las últimas?...
Me arrepiento enseguida, he vuelto a interrumpirle, pero su paciencia no tiene fin. Además, él mismo debe haber estado repasándolas, me lo dicen la entrega inmediata y su media sonrisa.
Decidido a evitar la tentación de interrumpir nuevamente el silencioso ensayo de Marcos, abandono la banqueta donde estoy sentado para releer cada una de las notas junto a una de las mesas con ventana de telón al exterior.
*Bonito corte de pelo, chica lectora*, dice inolvidable la primera, junto a esa breve caricatura de una mujer con la longitud de su cabello más breve aún.
*¿Quién eres?*, recibió como respuesta aquel mismo miércoles por la tarde, hoy hace un mes.
Las encontré sobre la mesita que media entre las puertas de los servicios. La primera era una servilleta reconvertida en página de cómic; la segunda, una hoja apartada de una pequeña libreta. Los asteriscos, imaginamos, eran todo cuanto no se atrevían a decir sus palabras... Nadie vio en qué momento fueron estratégicamente colocadas, tampoco a ninguna persona que detuviese sus pasos frente a ellas.
La chica fue fácilmente identificable, claro. Desde hacía poco tiempo frecuentaba el local una vez por semana, entre las seis y las siete de la tarde; una copa de vino, a veces dos, mesa solitaria y lectura absorbente hasta que se iba. Su única compañía, siempre un libro. Pero... ¿quién había dejado la otra nota?
*¿Has venido hoy?*, el miércoles siguiente la hoja exiliada de la libreta hablaba así.
*No sabía si ibas a venir... No he dejado de mirarte*, decía el dibujo de dos ojos estrábicos a través de un bocadillo.
El mismo lugar de encuentro, idénticas incógnitas y dos nuevas notas que el Kramer decidió conservar junto a las anteriores, a resguardo de nuevas miradas, respetando el secreto de sus autores. Por supuesto, la curiosidad iba en aumento y yo, como descubridor del enigma, tenía el privilegio de compartirlo.
*Me gustó mucho ese libro... Te veo leerlo y siento que estamos más cerca*, sobre otra servilleta páginas abiertas atraídas por un imán.
*¿Por qué no vienes y hablamos?... La próxima semana lo habré terminado*, una tosca sonrisa a modo de firma se atrevía a proponer un paso más en la nota encontrada este último miércoles.
Me levanto y las repaso nuevamente mientras camino sin rumbo, rodeado de ese inmenso plano que decora las paredes a mi alrededor. Una breve novela por entregas en mis manos, protagonistas difusos o, simplemente, fantasmas que nadie parece haber visto salvo las fotografías que decoran las puertas de los baños, pero ésas no hablan.
- ¿Vendrán o no, tú que crees? -la tentación me ha vencido finalmente, Marcos es mi única salvación.
- Y los sueños, sueños son... -sus ojos, su boca, su rostro son un universo de posibilidades y el mundo un teatro muy pequeño para él.
En el Kramer, el próximo miércoles... ¿los dos asteriscos se convertirán en uno?


diciembre 07, 2013

Oculto

La madrugada es el eclipse del día. Un tiempo especial.
Horas que a veces se arrastran eternas y otras, en cambio, son el picado de una rapaz sobre su presa.
El lugar donde dos cuerpos pueden ser uno, o bien, transformarse en amantes de las sábanas vacías.
El valle más fértil para los sueños o una tundra de pesadilla azotada por el gélido aliento de las dudas.
Oscuridad, misterio, la trastienda de la vida, una vela que multiplica las sombras de cada uno, el silencio que te dice quién eres en realidad, un comienzo disfrazado de final... 
Como ocurre cada noche desde que se abrió su puerta, La 13 saborea un café en la sala de espera de esa nueva alborada que aún tardará en llegar. Poco a poco, la calle se ha ido apagando, las voces de los vecinos han huido hacia el descanso, el ascensor se acurruca inmóvil en su hueco solitario, las ventanas se camuflan disfrazadas de rectángulos mudos.
Un nuevo retrato va tomando forma mientras tanto. Palabras que perfilan rasgos, frases para modelar la silueta de su cuerpo, signos de puntuación que subrayan el carácter... Al cabo de un par de horas, la espalda se queja, exige un descanso.
Acepto encantado, me gusta contemplar la callada soledad que reina ahí fuera. Y entonces tropiezo con él.
Justo enfrente, a través de un amplio ventanal, el resplandor de un televisor gigante dibuja el contorno de una figura masculina que agita su mano con vehemencia a la altura de la pelvis. La actitud resulta inconfundible pero, aún así, mis ojos se trasladan de inmediato hacia la pantalla que antes obviaron, tratando de confirmar sus sospechas. 
Dos mujeres protagonizan una escena de evidente contenido pornográfico; cuerpos desnudos, primeros planos, un consolador de látex... 
Nunca he hablado con él, solo es alguien que forma parte de mi paisaje urbano más inmediato. Le he visto hablar por teléfono, regar las plantas, a veces charlar con una mujer en la terraza... A menudo, el único rastro que tengo de su presencia es el resplandor de una luz en esa misma estancia que hoy es penumbra y, ahora que nuestras miradas se han encontrado al fin, también sobresalto. No ha podido oírme. La luz de La 13 no llega hasta aquí y, sin embargo, me ha visto. Tal vez un reflejo en el cristal de su ventana, mi silueta difuminada en la pantalla o esa extraña alarma que nos avisa cuando sentimos que invaden nuestra intimidad. 
En apenas un par de segundos que son toda una eternidad, su rostro es conmoción, vergüenza y reproche. El mío no puedo verlo; hubiese querido que fuese disculpa, indiferencia y olvido, pero temo haber tenido la misma expresividad que una piedra. El fulminante telón de una cortina pone punto y final al episodio y, casi al instante, la luz ya no existe a su espalda.
Me aparto del cristal, quisiera poder regresar al instante en el cual mi espalda empezaba su lamento, pero es imposible. No desvío la vista en ningún momento hacia atrás y, sin embargo, sé que observa cómo me alejo...
Escondido de mi juicio, escondido de sí mismo.

diciembre 06, 2013

Correspondencia

     Querida 13,
    Hoy notarás que te escribo extraño. Como si en vez de en este escritorio, lo hiciese desde muy lejos... Tienes razón, estoy en un tiempo que no puedo recordar.
     ¿Cómo he llegado aquí?, dejando que una estilográfica hable por mí.
     Día de fiesta y Rastro en Madrid. Sol de dibujo infantil en el cielo, viernes hurtado a la rutina por una joven demócrata de treinta y cinco años. Pero el cansancio, ese sicario a sueldo del sueño, ha venido a reclamar el pago de la deuda que mantengo con su jefe y que últimamente no ha hecho sino aumentar. Aunque lo he intentado, mis falsas promesas no han logrado embaucar al matón, "Mañana, mañana sin falta... Hoy me acuesto temprano y no me levanto hasta que ya no pueda dormir más", que me ha atado a la cama y se ha cobrado unas horas a modo de adelanto.
     Por eso, cuando he logrado presentarme ante Eloy Gonzalo en la Plaza de Cascorro, algunos puestos empezaban a recoger sus mercancías. Era, como yo la llamo, "la hora de las oportunidades"; ese momento a partir de cual, quizá el vendedor prefiere negociar el precio de sus artículos antes que asumir la pequeña derrota de cargarlos nuevamente en el furgón. No busco nada concreto; apenas un paseo dominguero, quizá una oportunidad escondida y, luego, un vermú para celebrar mi éxito.
     Evito Ribera de Curtidores, demasiado jaleo aún, apenas se puede andar; buen tiempo y puente festivo con la Navidad a pocas semanas vista: la combinación perfecta para el cóctel de la multitud. Carlos Arniches, Mira el Río Alta y Baja, Carnero..., me pierdo por esas callejas donde muebles y objetos de segunda o muchas manos toman el espacio de acera situado frente a la tienda que los exhibe. La oferta es infinita, el pasado luchando por su propia supervivencia, la restauración acudiendo en su ayuda. Coleccionismo, nostalgia, decoración retro, la calle es un hervidero de motivos para rebuscar en el laberinto de lo expuesto.
   Un poco apartado del resto, confiado en que esa distancia prudencial le libre del reproche de los comerciantes, un anciano expone unos cuantos cachivaches encima de una sábana que ha olvidado cuándo fue blanca por última vez. Tres o cuatro libros arrugados y con sus hojas amarillentas, un viejo despertador, dos figuras de porcelana desportilladas por el paso del tiempo, una lata de galletas con el óxido lamiendo sus esquinas, restos del naufragio de una cubertería... Frente a él, una pareja de mediana edad, el hombre un poco apartado y la mujer tratando de captar con sus palabras la mirada reticente del viejo. ¿Posibles compradores regateando?, no lo parecen; además, ¿qué otra cosa reclamar por esos objetos salvo aquello que ofrezca la voluntad del comprador?
     Al fin lo entiendo, la distancia que la curiosidad me ha hecho ganar con disimulo resulta de gran ayuda. Ella debe ser su hija; le suplica que abandone aquel lugar, su mirada se empeña en evitar cuanto se expone a sus pies, tal vez para no tener que enfrentarse a la visión de sus propios recuerdos desparramados en el suelo. Cada poco, mira en una y otra dirección, tratando de asegurar el anonimato frente a la posible aparición de cualquier rostro conocido entre los paseantes. El hombre situado a su espalda, permanece en silencio, impasible, la mandíbula apretada y los ojos distraídos, como si ya hubiese previsto el resultado final de esa situación. Al cabo de unos minutos de infructuosas súplicas, interviene para agarrar con firmeza el codo de la mujer; es su forma de decir que el tiempo ha concluido, que ya es hora de abandonar, ése era el trato.
     De nuevo solo, el anciano parece perder la poca fortaleza que sus años aún le han permitido mantener frente a las andanadas de ruegos y, ya al final, el fuego cruzado de algún reproche resentido. Buscando el apoyo de la pared, saca un pañuelo arrugado por la vida para secar el inmenso dolor que sus ojos no son capaces de retener. Sus manos huesudas tiemblan y su cuerpo parece invisible bajo las hechuras del viejo gabán que, sin duda, echa de menos un tiempo en el cual era elegancia y no esperpento.
     Cuando al fin se recompone, me acerco. No sé por qué lo hago, tal vez solo quiero ayudarle a olvidar con mi presencia. Por eso pregunto el precio de esa vieja cartera arrugada, "Cinco... diez si me quiere invitar a comer hoy" es su respuesta. Mientras dudo, en realidad no la quiero para nada, mis ojos tropiezan con el cuerpo mate de una pluma escondida parcialmente en un pliegue de la sábana. "Ésa vale también la cena y, ahora, un rato de charla"...
     La he traído conmigo, hoy es ella quien escribe. Como lo hizo hace muchos años en  la mano del hombre que me la ha vendido; con ella escribió cartas semanales a su mujer y a su hija desde el exilio forzoso que le impuso ser uno de los vencidos en la contienda que todavía sangra... Hace años que no la usa. ¿Su mujer? descansa hace mucho de tanta tristeza y él no tardará en irse con ella. En cuanto a su hija, me confiesa arrugando de nuevo la vida entre sus manos, parece incapaz de entender que él no puede aceptar los lujos y la comodidad que le ofrece cada semana en ese mismo lugar donde estábamos hace un rato... Porque su marido, "El que no hablaba, el cobarde...", se ha hecho rico sentando frente a la mesa de su despacho en el banco a muchas personas que, con su firma, dictaron la sentencia de muerte para unos ahorros que ya no recuperarán.
     Al despedirme de él, de nuevo en la calle y en justa correspondencia por la confianza mostrada, le he ofrecido pagar a plazos... El siguiente es el próximo domingo: vermú y unas bravas.
    
     
     

diciembre 05, 2013

Modelos

Salir en un calendario siempre puede ser mucho más o casi nada, todo depende del grado de autenticidad que tenga cada una de las imágenes.
Los excesos de maquillaje, los cuerpos y fotografías retocados por el bisturí, o bien, por un programa informático, las sonrisas curvadas solo para la ocasión, son pasos hacia el olvido. Allí es donde acaban sus protagonistas cuando, antes o después, la verdad queda al descubierto.
De una u otra forma... ¡quién puede resistirse a la oportunidad de aproximarse a las modelos!
Hoy he salido de la ciudad. Un breve viaje en tren, naturaleza nevada a mi alrededor y la impaciencia por llegar en el asiento de al lado. Antes que el nuevo año se eche encima, voy a comprar mi calendario y, de paso, podré compartir nuevos momentos inolvidables.
En cuanto atravieso la puerta, una alegre y ruidosa sinfonía de ladridos me recibe. Saltos y rabos que oscilan nerviosos a mi alrededor, decenas de amigos aproximándose al vallado que separa las diferentes zonas en busca de mis caricias... Estoy en "Huellas".
El frío se ha echado encima sin avisar y aquí, muy cerca de Ávila, la Naturaleza impone su realidad. Voluntarios y personal se esfuerzan por acondicionar las instalaciones de esta Asociación Protectora; yo siempre tiendo a sustituir el añadido "de Animales" por la expresión "de la Humanidad". Porque eso es precisamente lo que se preserva aquí: la humanidad de todo aquel que llega, no importa si viene con la intención de colaborar de forma activa o, como hoy es mi caso, simplemente de visita.
Noe, una de las voluntarias, se ofrece a guiar mis pasos y yo, por mi parte, le ayudo con las mantas que se dispone a repartir por las casetas, aquí todo es ayuda desinteresada y simpatía.
No importa las veces que haya venido, jamás dejará de impresionarme la inmensidad de sentimientos que se amontonan a mi alrededor. Cada vez que una verja se abre, decenas de perros de todos los tamaños y razas pugnan por aproximarse a mí. Ternura, alegría, esperanza..., sus ojos hablan y yo me dejo acariciar.
Noe, María y algunos otros que no conozco se afanan a mi alrededor. Su labor, su compromiso, me resultan admirables. No quiero estorbar, así que me aparto unos pasos y mis manos se detienen en mimos que nunca son suficientes, como la ayuda que puede suponer la compra de un calendario o varias participaciones de lotería.
Algo apartado, un perro adulto completamente blanco, salvo sus orejas donde el pelo es marrón claro, permanece inmóvil, tumbado junto a la verja. Gus lleva aquí mucho tiempo, me explica María cuando le pregunto; está adaptado, pero en estas últimas semanas la melancolía le ronda y parece haber carcomido su vitalidad habitual. Es amable, cariñoso, "¡Acércate a saludarle!, se va a alegrar", pero les tiene preocupados.
Le hago caso y empiezo a andar en su dirección pero, a falta de pocos pasos, una niña se me adelanta. Rubia, pelo rizado hasta marear, vaqueros gastados impresos por decenas de patas, botas y un abrigo inmenso que oculta sus manos... Se ha apartado de, supongo, su madre, que ahora intenta que regrese con cierto nerviosismo en su voz, "¡Ruth, Ruth!", inquieta ante la actitud decidida de la niña y el impresionante aspecto, aun en aquella postura, de Gus. Influido por el nerviosismo de esa mujer, yo mismo me pongo alerta y reclamo con mis ojos la atención de María; "No pasa nada", dice su mirada serena y mis ojos regresan de nuevo hacia la verja.
Ruth, ahora con sus rodillas hundidas en la nieve, acaricia a Gus. Su mano de diez años se esconde en el denso pelaje del lomo y él, por primera vez desde que empecé a mirarle, gira la cabeza en dirección a la niña y sus ojos azules parecen brillar. "¡Ruth!", de nuevo un grito rompe el aire cuando la pequeña se aproxima aún más y, con su boca pegada a la oreja, empieza a hablar con su nuevo amigo. La madre parece darse por vencida y yo regreso a María, que sonríe emocionada.
Gus, impresionante imagen de la bondad en movimiento, acompaña a la niña cuando ésta se dirige hacia donde espera su madre, en cuyo rostro empieza a dibujarse una posibilidad que le inquieta... Ruth, inteligencia emocional sobresaliente, enseguida se da cuenta y, antes que la negativa se haga voz, empieza a decir "¡Por favor, mamá, por favor!... Hay sitio de sobra en el jardín, yo le cuidaré, lo prometo... ¡Mira qué guapo es!... Además, ya somos amigos".
Cuando María, después de unos cuantos minutos de charla con la madre, me muestra a su espalda el dedo pulgar hacia arriba, Gus persigue a la niña como si fuese un inmenso cachorro, ladridos y risa nerviosa se mezclan sin tregua.
Hoy, en "Huellas", hace menos frío.


diciembre 04, 2013

Lienzo

La imprimación de la tela es fundamental, si no las palabras resbalan.
Por eso dejo que hable, no importa que su discurso se precipite sin remedio hacia el barranco de las emociones. Tampoco que sus manos, nerviosas veletas, le den el último empujón hasta que cae y todo es silencio.
Llegó a La 13 por casualidad, guiada por los comentarios de alguna de las personas que se asoman a esa puerta siempre abierta. Jamás la había visto, no tengo pasado con ella, pero ahí está... Sentada enfrente de mí; de pronto agotada, inerte, tal vez decidiendo si, después de todo, esto ha sido buena idea.
Es tiempo de exilio, de perseguir sueños más allá de cuanto ha sido su vida hasta ahora, de sus amigos, de la persona a quien ama. Dentro de pocas semanas, cada día será un ser extraño, difícil y, sobre todo, solitario. Y no solo para ella...
Por eso ha atravesado el umbral y ahora, buscando el anonimato que le exige su propia inseguridad, comparte mesa conmigo en uno de los locales de esa cadena donde el café siempre lleva añadido el sabor a cartón. Permanece a la espera, aguardando indicaciones, preguntas, un gesto que le haga saber que ya he empezado a dar forma a su encargo.
Quiere un retrato, que mis palabras dibujen sus sentimientos para que él pueda verlos cuando esté lejos. Al parecer, comparten ya muchas fotografías, son varios años de relación; sin embargo, después de tardes enteras asomada a esas imágenes, no consigue ver en ellas todo cuanto desea dejar al alcance de su corazón.
Poco a poco, mi silencio, la quietud donde permanezco, parecen ser un bálsamo para sus nervios. Su cuerpo ya no es crispación, ahora se deja acariciar por el respaldo de la silla. La mirada se hace brisa y la ausencia donde se retira es sopa caliente para alguien como yo, hambriento de compartir esos paseos por el alma que despiertan los primeros trazos...
Sus manos gritan "¡Quien quiere un futuro que nos separará!", mientras regresan a esa playa que fue suya, solo suya durante dos semanas; la arena caliente, el sopor del sol a media mañana y sus cuerpos sobre la misma toalla, piel con piel, los dedos susurrando "Falta mucho todavía...".
Lo último que guardará en la maleta es un jersey de cuello alto que le regaló en su último cumpleaños, ése que hace enrojecer su cuello de picor y que, ella siempre lo ha sabido, decidió quedarse solo para no desilusionarla. Probablemente, ni siquiera lo echará en falta. Lo llevará siempre en casa, "Así seguiremos viviendo juntos", dicen sus ojos enrojecidos.
"Cada noche, te imaginaré al salir del baño". El pantalón del pijama cayendo bajo tu cintura, el torso desnudo, la piel de melocotón maduro... "¡Serás mio!", susurran sus labio al morderse.
La mirada se vuelve látigo, la mandíbula se tensa, la duda hace temblar sus párpados... "¡Cuidado con Sandra!... ¿No ves cómo busca la comisura de tus labios cada vez que te besa?", de pronto se ha vuelto pequeña, habla el miedo.
Cuando sus ojos regresan es para mirarme de frente. Ya no posa, tampoco huye, asume con valentía su decisión y quiere ver el resultado final de mis palabras.
Le pido un instante más, el tiempo necesario para aplicar esa última pincelada.
"Volveré para quererte más. Me quedo en este retrato para que me quieras siempre"



diciembre 03, 2013

Adivinanza

"No antes de las cuatro... Tú invitas, así que elige el sitio".
A través del teléfono, la voz de esa desconocida no suena mágica, sino tajante. "Es un hada de las nuevas tecnologías, ya verás...", las palabras de quien me ha recomendado contactar con ella para redecorar La 13 se repiten en mi cabeza, así procuro olvidar el regusto amargo que me ha dejado la fugaz conversación.
Al menos, me digo intentando animarme, las diversas llamadas estériles que han precedido a ésa no quedan huérfanas de una respuesta final. Y para empezar a comer cuando la mayoría de las cocinas ya han cerrado, yo siempre tengo un as en la cartera: Lamucca de Pez.
En pleno barrio de Malasaña, aprovechando el espacio de una antigua tahona clausurada hace muchos años, la decoración de sus diversas salas no deja indiferente. Ladrillo, madera, acero, mobiliario con personalidad propia. Y cambiante, porque todo se puede adquirir; bombillas, mesas, velas..., cualquier objeto puede ser tuyo. Todo ello, claro está, aderezado con una muy grata experiencia culinaria
Pese a la hora tardía, el local está lleno y yo soy afortunado una vez más. El encargado me ofrece, "Acaba de quedar libre", su mesa favorita: en un pequeño espacio elevado, la breve barandilla que la rodea es un balcón abierto al local y, como telón de fondo, una amplia cristalera que se abre a la plaza donde se ubica la entrada y, cuando el tiempo lo permite, la terraza.
Veinte minutos más tarde, mi gesto de apuro ante la silla vacía que aún tengo enfrente, es anulado por el rostro sereno de la camarera y el movimiento de sus labios que me dicen "Espero, espero..." Es otra de las características del restaurante: su personal es cercano, amable, profesional y no hay excepciones. Están trabajando, sí... también se ocupan de regalarte un servicio excelente.
Media hora y solo aún. El vino es rico y la segunda copa empieza a mostrar demasiado cristal; si mi acompañante no viene pronto, o bien, yo no distraigo mis sentidos de otra manera, al final no habrá nada de qué hablar. Y como el aburrimiento es la antesala de los mejores juegos, me pongo a jugar...
Sobre la pared que enmarca la cocina abierta al local, hay una pizarra repleta de estrellas de tiza y nombres sobre cada una de ellas. Max, Chelo, Jean, Silvia, Charly..., son los camareros y su saludo personal. ¿Cuál será la estrella de esa chica que cuida de mi soledad? Ojos claros, pelo castaño, su piel fresca es el nacimiento de un río, su cuerpo la exuberancia de una planta tropical y la sonrisa... me ayuda a olvidar que ha pasado casi una hora desde que llegué y sigo solo en la mesa.
- ¿Le sirvo otra, le apetece comer algo?
Va la tercera y una de inolvidables croquetas... Mientras se aleja, mi pregunta para saber qué lugar ocupa en el firmamento, "¿Cuál es la tuya?", se transforma en un simpático desafío, "Tiene dos oportunidades. Si no acierta... se queda con la duda". La nueva copa solo viene acompañada de una mirada divertida. Por suerte, unos minutos después las croquetas traen una pista: su estrella es una de las más pequeñas...
Toni, Carla, Nicole, Andre, Víctor... Tampoco son tantas...
- Hola, soy Mina, siento llegar un poco tarde, el tráfico es una locura y estas calles son complicadas. He preguntado al chico de la entrada y ya me ha dicho... ¿Has empezado sin mí?
El hada, en efecto, aparece de repente y rompe todas mis elucubraciones con esas manos que son como dos turbinas a pleno rendimiento. Tiene prisa, "Me esperan para un trabajo, creo que llego tarde", hambre, "¿Me trae la carta?", poca paciencia, "Pero entonces tú no tienes ni idea, ¿todo lo tendría que hacer yo?", ambición, "¿Cuánto estarías dispuesto a invertir?" y, sobre todo, muy poco respeto, "Lo del 13 habría que quitarlo, ¿eh? Otro número mejor, cualquiera menos el de la mala suerte... Empecemos por ahí".
Nada que hacer. Todo acaba, no hay ninguna posibilidad. Después de agradecerle el tiempo que, en verdad, no me ha dedicado, un "Adiós, que vaya bien", una expresión que hace vudú sobre mi espalda y yo me alejo aliviado en busca de la estrella escondida.
- Eres Nicole -mueca de error, solo tengo otra oportunidad-... ¿Carla?
Su abuelo Antonio no quiso esperar a tener un nieto varón, exigió perpetuar su nombre en cuanto su hija quedó embarazada, me explica cuando ya lo daba todo por perdido. Me presento, "Ahora que nos conocemos, ¿puedes tutearme?" y le agradezco haber roto sus propias reglas.
- No es nada... Otro día que vengas, te cuento el regalo que mi abuela Macarena le hizo a mi hermano.

diciembre 02, 2013

Sepia

Hay lugares que, no importa el tiempo transcurrido, siempre voy a sentir míos.
De pie en el pasillo, en esa zona de la planta baja próxima a la puerta, permanezco a la espera. El instituto respira despacio, es horario de clase y mi repentino ataque de nostalgia, lógicamente, despierta inquietud y extrañeza a partes iguales. Yo mismo no he sido capaz de explicar al Jefe de estudios los motivos de mi presencia allí, no acabo de comprender por qué hoy he sentido la necesidad de abrir la ventana que muestra uno de los paisajes más bellos de mi pasado, pero... ¿desde cuándo los sentimientos se someten al dictado de la lógica?
He dudado, lo reconozco, pero no porque mi deseo flaquease. Más bien, venía anticipando una más que probable negativa, molestias que no está en mi ánimo crear. Aún así, he venido, de nuevo estoy en el Príncipe Felipe.
Solo quiero asomarme a los rincones que fueron casi toda mi vida durante cuatro años inolvidables. Refrescar aquellos momentos que mi memoria conserva como uno de sus más preciadas posesiones, presentarme hoy, más de un cuarto de siglo después, frente al adolescente que fui...
Apoyado en la pared de ladrillo, como tantas veces hice en los minutos que separaban una y otra clase, veo a un muchacho, apenas un niño aún, recién llegado a un universo completamente desconocido. Aquel año se inauguraba el centro, recuerdo que ése fue uno de los motivos que me hicieron solicitar plaza en él; aunque la distancia que debía recorrer desde mi casa era grande, la opción más próxima venía acompañada por comentarios que relataban todo tipo de crueles novatadas a los recién llegados, así que pensé "Si es nuevo, todos seremos novatos"  y... así fue.
Ese curso estuvo plagado de irregularidades. Solo el trabajo infatigable, la ilusión y la entrega del profesorado y personal administrativo logró que la maquinaria no quedase varada en medio del limbo burocrático. Asignaturas huérfanas de los docentes que debían impartir las clases, pasillos de aulas cerradas y suelos perfectamente pulidos donde, como si fuese la hierba de un campo de fútbol, nos deslizábamos para arrebatar al equipo contrario una pequeña bola de papel de plata. Nuevos amigos, casi instantáneos y esa extraña sensación que despertaba cuando las chicas empezaron a ser... algo más.
Demasiado responsable para hacer pellas, demasiado tímido para ser algo más que amigo de sus compañeras, demasiado inexperto para no ruborizarse cuando alguna repetidora le usaba para jugar... Puedo verle, acomplejado por los persistentes problemas estéticos de una barba incipiente que nadie le enseñó cómo debía afeitar, con aquellos pantalones de tergal que eran una pésima imitación de los vaqueros y esas zapatillas de loneta que tanto llegó a odiar, envidiando la ropa de sus compañeros... Un empollón.
Los años siguientes, por suerte para él, fueron una completa revolución. Llegaron los vaqueros, las deportivas de verdad y, ya que la timidez parecía incurable, al menos supo ganarse el respeto de todos; era alguien en quien se podía confiar, siempre dispuesto a echar una mano en un examen, a dejar apuntes, a escuchar... y mantener secretos. El baloncesto, además, le hizo descubrir un universo de tardes en libertad y días que empezaban de noche para estudiar.
Los lunes eran un gran día porque se abrían de nuevo las puertas de aquel mundo aparte, en la cafetería esperaba la tortilla de Emilia y Vicente, su marido y uno de los bedeles, siempre tenía una palabra amable y un consejo para cualquiera de sus chicos... Y estaban las clases de Filosofía, donde Paco mostraba a unos niños la senda para reflexionar y reconocerse como personas. Y ese amigo inseparable, Vicen,  con quien llegó a formar un todo. Todo era perfecto, casi...
Porque durante tres años aquel chico estuvo enamorado de ella, solo de ella, pero... Las eternas tardes de cine, las semanas ahorrando para la entrada y el refresco a la salida, las despedidas frente a su portal, las miradas secretas, todas las veces que le pidió ser algo más que buenos amigos, no dieron el fruto que tanto ansiaba. Hubo dolor, incomprensión, tristeza... por suerte, también bromas de su pandilla, "¡Pues otra vez será! ¿Es la cuarta vez que te dice que no?..., ya queda menos entonces", pero el sueño nunca se hizo realidad.
Aquel muchacho me mira ahora, parece saber perfectamente el camino que he recorrido pese a no haber salido de allí durante todos estos años y, al final, ambos sonreímos.
De pronto, el estruendo del timbre anunciando el inicio del recreo, barre los pigmentos del pasado y la realidad vuelve a hacerse presente. El pasillo es ahora un río en plena crecida y las puertas de las clases situadas a ambos lados sus afluentes. La ropa es distinta, los peinados, todos son enormes y aún así... seguro que no es tan distinto.
La respuesta del Jefe de estudios me llega por omisión, quizá sea mejor así. Debo irme.
Me despido de esa imagen de mí mismo, ahora ya apenas visible: Siempre estarás conmigo, ya nunca seré como tú.