diciembre 04, 2013

Lienzo

La imprimación de la tela es fundamental, si no las palabras resbalan.
Por eso dejo que hable, no importa que su discurso se precipite sin remedio hacia el barranco de las emociones. Tampoco que sus manos, nerviosas veletas, le den el último empujón hasta que cae y todo es silencio.
Llegó a La 13 por casualidad, guiada por los comentarios de alguna de las personas que se asoman a esa puerta siempre abierta. Jamás la había visto, no tengo pasado con ella, pero ahí está... Sentada enfrente de mí; de pronto agotada, inerte, tal vez decidiendo si, después de todo, esto ha sido buena idea.
Es tiempo de exilio, de perseguir sueños más allá de cuanto ha sido su vida hasta ahora, de sus amigos, de la persona a quien ama. Dentro de pocas semanas, cada día será un ser extraño, difícil y, sobre todo, solitario. Y no solo para ella...
Por eso ha atravesado el umbral y ahora, buscando el anonimato que le exige su propia inseguridad, comparte mesa conmigo en uno de los locales de esa cadena donde el café siempre lleva añadido el sabor a cartón. Permanece a la espera, aguardando indicaciones, preguntas, un gesto que le haga saber que ya he empezado a dar forma a su encargo.
Quiere un retrato, que mis palabras dibujen sus sentimientos para que él pueda verlos cuando esté lejos. Al parecer, comparten ya muchas fotografías, son varios años de relación; sin embargo, después de tardes enteras asomada a esas imágenes, no consigue ver en ellas todo cuanto desea dejar al alcance de su corazón.
Poco a poco, mi silencio, la quietud donde permanezco, parecen ser un bálsamo para sus nervios. Su cuerpo ya no es crispación, ahora se deja acariciar por el respaldo de la silla. La mirada se hace brisa y la ausencia donde se retira es sopa caliente para alguien como yo, hambriento de compartir esos paseos por el alma que despiertan los primeros trazos...
Sus manos gritan "¡Quien quiere un futuro que nos separará!", mientras regresan a esa playa que fue suya, solo suya durante dos semanas; la arena caliente, el sopor del sol a media mañana y sus cuerpos sobre la misma toalla, piel con piel, los dedos susurrando "Falta mucho todavía...".
Lo último que guardará en la maleta es un jersey de cuello alto que le regaló en su último cumpleaños, ése que hace enrojecer su cuello de picor y que, ella siempre lo ha sabido, decidió quedarse solo para no desilusionarla. Probablemente, ni siquiera lo echará en falta. Lo llevará siempre en casa, "Así seguiremos viviendo juntos", dicen sus ojos enrojecidos.
"Cada noche, te imaginaré al salir del baño". El pantalón del pijama cayendo bajo tu cintura, el torso desnudo, la piel de melocotón maduro... "¡Serás mio!", susurran sus labio al morderse.
La mirada se vuelve látigo, la mandíbula se tensa, la duda hace temblar sus párpados... "¡Cuidado con Sandra!... ¿No ves cómo busca la comisura de tus labios cada vez que te besa?", de pronto se ha vuelto pequeña, habla el miedo.
Cuando sus ojos regresan es para mirarme de frente. Ya no posa, tampoco huye, asume con valentía su decisión y quiere ver el resultado final de mis palabras.
Le pido un instante más, el tiempo necesario para aplicar esa última pincelada.
"Volveré para quererte más. Me quedo en este retrato para que me quieras siempre"



No hay comentarios :

Publicar un comentario