diciembre 13, 2013

Motivos

La puerta se abre y el bullicio del restaurante me alcanza de nuevo. Ni siquiera aquí, en el baño, es posible escapar del todo. Si llego a saberlo antes...
Pero he llegado pronto. Solo estaban ocupadas dos o tres mesas, charlas de inofensivo volumen entre los comensales, y el steak tartare de este sitio siempre es una tentación para un pecador.
Al cabo de un rato, cuando los camareros han empezado a organizar el esqueleto formado por la unión de varios tableros, la preocupación ha empezado a rondar la silla que tengo enfrente. He tratado de animarme pensando que, tal vez, adelantaban trabajo para el día siguiente. Por desgracia, cuando he visto la premura con la cual repartían cubiertos, servilletas, copas..., aquélla ha tomado asiento sin invitación alguna por mi parte.
La carne magnífica, su preparación todo un espectáculo y el vino masaje tailandés para los sentidos. Las casi treinta personas que me han obligado a ser partícipe de su cena de empresa, mesías y apóstoles del horror. No he podido evadirme, reconozco padecer una grave incapacidad para lograr que estas situaciones no me afecten.
Comentarios que son gritos, grupos perfectamente estructurados, sitios que se luchan a brazo partido, miradas de evaluación continua, tirana cita disfrazada de hermandad. Yo apenas le echo azúcar al café pero, antes de saborear uno demasiado amargo esta noche, he querido recobrar un poco el sosiego espiritual.
Ni eso me van a dejar...
- ¿Has visto a Mario...?, ¡menuda lleva encima ya!
- Pues como todos los días, así nos va... ¡La que está impresionante es la Marimar!
- ¡Ésa tiene el punto de mira puesto en quien lo tiene...! Ahí no hay nada que hacer.
- Bueno, bueno, todo sería intent... ¡Quién coño es ahora!
El sonido de un teléfono móvil interrumpe la bucólica escena. Por un instante dudo, ¿abandonar la intimidad de mi cubículo ahora, o bien, evitar el tropiezo con una imagen comprometida del gentleman que responde ahí fuera?
- ¿Pasa algo?... ¡Pues en plena cena, dónde quieres que esté!... -imagino una seña que le dice  al otro "Ahora te sigo" porque el escándalo llega y desaparece fugaz- ¿Qué te pasa, estás ahí? ¡Eva, Eva!
A mí me dan ganas de gritar también su nombre, lo que sea para que responda ya y la charla regrese a un tono normal, o mejor aún, se termine cuanto antes. Empiezo a arrepentirme de no haber seguido los pasos de su compañero, camuflado en la confusión de esos primeros segundos de mala cobertura.
- ¿Y por qué no me hablas, entonces? -al parecer la cobertura es perfecta, algo pasa-... ¡Eva!, ¿se puede saber qué...? ¿Cómo?... ¿Pero a qué viene eso, qué pasa...? Eva... no...
El tono de su voz ha ido cayendo como una pésima inversión en bolsa. Mis ojos se clavan en las pintadas de la puerta que me sirve de parapeto, pero ahora ya no las leen, intentan inútilmente atravesar la madera. Al otro lado, apenas unos pasos más allá, un hombre se derrumba en su propio silencio y yo sigo sin saber qué hacer.
Imagino su traje cansado tras un día más largo de lo habitual, el nudo de la corbata rendido, la llamada del espejo y esa lucha por rehuir su propia imagen, sus ojos indagando alrededor, mis pies se recogen en un acto reflejo, para asegurarse que nadie más es testigo de ese instante...
- No... No puedes dejarme, estoy en el servicio... ¿Eva?
La razón argüida parece sacada de un chiste pero, cuando alguien se rompe, la lucha por evitar que los pedazos se dispersen admite cualquier clase de adhesivo. Incluso yo, en una absurda muestra de camaradería espontánea, estoy dispuesto a aceptar de buen grado todos los gritos de ahí fuera si al final todo se arregla, si acaba en una falsa alarma.
- ¿Has vuelto a verla, verdad?... ¡A quién va a ser, a la puta de la psicóloga! Estabais de acuerdo desde el principio, ¡es que lo sabía, a mí no me habéis dado!... ¡Y una mierda!... ¡No me vengas otra vez con el rollo del maltrato, Eva, no me jodas!, eso ya lo hemos hablado y punto... Sí, claro, ella te dice que eres estupenda en todo, la mejor, ¡y te llena la cabeza de pájaros!... ¿Qué?...
Ahora al fin empiezo a verle, la puerta ya no es impedimento aunque continúe cerrada. Ojos inyectados en rabia, manos crispadas arañando el pelo, la máscara de la incredulidad y una sombra de miedo cada vez mayor bajo los párpados, el deseo de venganza y Marimar a la altura de su entrepierna.
- ¡Eso son chorradas!... ¡Pues porque no, porque tú no vales! Te lo he dicho muchas veces: cada uno a lo suyo y tú no puedes aspirar a... ¡Sí, claro, estudiando... eso no te lo crees ni tú!... ¿Cómo?, de eso nada, mañana hablamos y... ¿Ah, sí, de verdad...? ¿Pues sabes lo que te digo?, ¡que mejor! ¡Que se acabó, que esta misma noche voy a tirarme a una tía de verdad! ¡Y a ver si encuentras otro inútil como tú que te aguante!...
Un sonido violento pone fin a la conversación, probablemente el secador de manos ha sido su siguiente víctima. "¡Zorra, zorra, zorra!" y el grifo de agua abierto es cuanto deja atrás. Todavía espero unos segundos, necesito asegurarme que el portazo me ha devuelto a la ansiada soledad.
"Café solo, muy caliente... Y un bourbon, vaso bajo y sin hielo", pido al camarero... Hay mucho que celebrar.



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