diciembre 12, 2013

Callado

La calle es un póster cuando suenan las primeras notas, nada se mueve.
Me paro un instante, mis pies se transforman en una de esas diligencias del lejano oeste y ceden ante el inesperado asalto. De pronto, tengo la sensación de haber irrumpido en un set de rodaje y, no puedo asegurarlo, pero creo que algo similar les sucede a quienes me rodean...
Fuencarral, el sol del mediodía arropa y la mítica "Satisfaction" rompe el aire. El potente sonido de una guitarra eléctrica arrebata a esta vía su condición peatonal y la convierte en inmóvil.
Ahí plantado, como una repentina aparición, un chico hace galopar sus manos sobre el mástil y las cuerdas. El amplificador a sus pies hace el resto: la realidad cae hipnotizada. No le había visto; no sé si acaba de llegar, o bien, hace rato que inyecta adrenalina a la mañana. 
Alto, delgado, pantalón vaquero rojo, chaqueta de cuero, botas de sueños gastados... Su pelo entrecano es una jauría de acordes, el rostro sombra bajo la barba rebelde, sus ojos dos pozos de agua estancada. Cuando coinciden con los míos, al final he decidido olvidar dónde y cuándo debía estar ahora mismo, me confiesan que ésa no es una canción, es su vida.
Poco a poco, aumenta el cerco a su alrededor. Personas que, como yo, consiguen esquivar a la rutina con la ayuda de ese arcángel caído o bienaventurado por la música.
Concentrado exclusivamente en su guitarra, ha escuchado paciente los tímidos aplausos que le hemos dedicado y, sin decir nada, sus dedos empiezan a suplicar por el amor de una chica... "Layla".
Parece buscarla, pero no entre las caras que le observan, quizá en otra ciudad, incluso en otro tiempo. Pero no volverá y lo sabe; la melodía de su cuerpo solo puede ser recuerdo, no importa las veces que esas cuerdas griten cualquiera que sea su nombre.
Algunos se marchan sin más, sin el menor rastro de una moneda a su espalda, cobijados en el anonimato de su propia miseria. No hay ningún cartel pidiendo ayuda, tampoco un sombrero a sus pies y la funda de la guitarra permanece amordazada por sus cierres..., las excusas nunca faltan. 
El chico se da cuenta, claro, el frío de las aceras agudiza los sentidos, pero no se inmuta... Salvo por esa tímida mueca que asoma a sus labios un segundo antes de empezar a tocar de nuevo.
Comienzo mítico, inconfundible, los recuerdos consiguen que el eco de una voz lejana y una batería acompañen... "Money for nothing", ironía a raudales y ahora, al fin, su sonrisa se abre y el aplauso de todos es un grito unánime.
Antes de irme, la rutina nos ha encontrado al fin y coloca nuevamente sus grilletes, deposito todas las monedas que llevo en sus manos. No es mucho, es cuanto tengo. 
No dice nada, soy yo quien le da las gracias... La pasión no necesita palabras.

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