diciembre 15, 2013

Talla

Un cumpleaños muy cercano a las fechas navideñas me trae aquí. Grandes almacenes, planta especializada en prendas juveniles y, además, domingo.
Semejante combinación siempre llevaría implícita una pequeña multitud a mi alrededor... En esta época, la multitud no admite ningún diminutivo, es total.
Como en esos documentales de naturaleza, cuando abandono el monótono sendero de las escaleras automáticas, mis ojos contemplan un complejo entramado sin orden aparente, como el de un hormiguero o un panal, donde un gran número de elementos deambulan de un lado a otro sin parar. Sin embargo, al igual que ocurre en aquéllos, aquí todos tienen asignado su propio papel.
Compradores que proporcionan alimento en forma de dinero, dependientes-recolectores al servicio de éstos y del negocio, visitantes de paso o larvas de futuros compradores, invasores dispuestos a aprovecharse de las aglomeraciones y personal de seguridad que intenta evitar su acceso a este microcosmos.
¿Qué soy yo?, un extraviado que necesita convertirse en comprador. Lamentablemente, la selva de perchas que me rodea viene complicando mi acceso a esa categoría. Colores, formas y precios de todo tipo, por no hablar de sus diferentes tamaños. Complicada elección; no traigo en mente ninguna prenda concreta y, cuando ya creo haber pasado por la sección de una marca concreta por tercera vez, me empiezo a desesperar.
- Buenos días, ¿quiere que le ayude?
Mi desconcierto debe resultar muy llamativo pues, según tengo entendido, los dependientes de esta organización suelen dejar absoluta libertad al posible cliente y tan solo intervienen en caso de necesidad. Acepto agradecido, ¡menos mal!
Chaquetas, camisetas, anoraks..., todo un abanico de posibilidades que abre ante mí una guía encantadora. Atractivos cuarenta, su sonrisa franca todavía lo es más, maquillaje perfecto, sus palabras, "Ésta queda entallada en la cintura, si es ancha de caderas... Para los días de lluvia, si hace frío no... También la hay con el fondo negro...", desbrozan la maraña de dudas que me plantea cada una de las prendas. Todavía no me decido...
"Este corte se lleva muc...", sus palabras enmudecen y la atención de los dos es captada por un grupo de cuatro chicas que acaba de irrumpir en la sección de los trajes de fiesta. Excitadas por el sueño de lucir uno de esos modelos en la última noche del año, tres de ellas intercambian uno tras otro frente a la columna de espejo; sus risas estridentes, sus comentarios punzantes, "Si Óscar no se decide... otro lo hará", el desorden que siembran en los expositores, nublan la simpatía de mi salvadora. La cuarta, en cambio, permanece inmóvil y un poco apartada del resto; sonríe porque su edad y las muecas de sus amigas así se lo imponen, pero en su rostro también hay tristeza...
Aquélla que despierta su complejo de inferioridad. Con un sobrepeso evidente, ni siquiera hace el intento de probarse ninguno de esos vestidos que sus amigas desechan, "¡Me está enorme, se me ve hasta el alma!", porque sabe que todos son demasiados pequeños para ella. Es posible que haya propuesto ir a otro lado, un lugar donde no tener que soportar el martirio de sentirse desplazada, pero las minorías raras veces cuentan. Mientras el desfile continúa, sus ojos muestran la derrota de quien no se encuentra en ninguno de los ideales belleza que la sociedad persigue y acepta.
- ¿Y ése? -regreso a mí mismo cuando descubro un jersey de cuello alto.
- Una preciosa caricia, pura lana. Si no le resulta caro... es perfecto
Lo es, perfecto y también caro, pero me lo llevo.
- Muchas gracias, sin usted... -le digo a punto de irme en señal de agradecimiento- ¡Y tenga paciencia, pronto se irán! Su amiga lo está pasando fatal, ¿cómo no se darán cuenta?
- Porque nunca la han mirado en realidad...
La respuesta me parece sabiduría auténtica, triste pero incuestionable; como si ella misma o alguien muy cercano hubiese padecido algo similar.
- Si se pudiese hacer algo, pe...
- ¡Se puede, claro que se puede!... ¿Quiere verlo?
Y en efecto: mis ojos contemplan cómo se desplaza hasta la sección masculina y, una vez allí, le dice algo a uno de los jóvenes con aspecto de modelo que promocionan las prendas de una conocida marca. Un instante después, tras lograr el asentimiento del chico, señala hacia el epicentro de la pena.
- Ahora verá... -me dice con una sonrisa triunfal y traviesa junto a la caja donde espero el desenlace de tanto misterio- ¡Se van a enterar ésas!
Cuando el apuesto joven exhibe su mejor sonrisa y, orgulloso de la admiración que despierta en las otras tres, se dirige a la amiga olvidada, "Hola. Si no ves nada que te guste, mi compañera -señala en nuestra dirección- puede ayudarte... Y después me cuentas, estoy allí", ésta parece despertar de un aterrador letargo. De pronto, vuelve a ser una adolescente.
Me despido, ahí vienen. Antes de irme, le pregunto cómo hace para descubrir tan fácilmente la altura moral las personas...
- Sumo respeto y sencillez, resto altanería y mala educación... ¡Y ya está!, nunca falla.



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